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Después de la cordial reprimenda del amigo Chema, por mi manifiesta vagancia (llevo más de un mes sin juntar letras ni colgar nada en el blog) Bien dicen que el otoño conmueve el espíritu y que también es la estación de la reflexiones, estoy un tanto desganado –es la calma chicha que precede a la tempestad- a nivel personal tengo muy poco trabajo y la galbana me lleva a restar ánimos y dejarlos en tan mínimos, que hasta me muerde el darle a las teclas. Necesito que me den caña, estar apurado, en tensión, no tener tiempo para nada, y así a salto de mata entre una factura, un presupuesto o un Estudio, verme obligado el escribir a toda prisa sin pensar. Por otra parte me pregunto: ¿habrá por ventura algo más hermoso que estar hundido en el sillón, papando moscas debajo del fluorescente como un sapo cualquiera?
Hoy retomo la faena con el relato de la última caminata, que dimos comienzo -este último sábado- en la preciosa localidad de Viavélez –concejo de El Franco –(llegados a este punto tengo que dejar constancia que en contra de las apariencias, el nombre de este concejo no tuvo nada que ver con el quícaro sanguinario de tan infausta memoria, sino con un italiano un tal Franco de Siena que se perdió por aquellas tierras -haz la tira de años- buscando la sepultura del payaso de Santiago) También fue patria chica de Corín Tellado –esa sí que juntó, encadenó y vendió letras a porrillo- Las viviendas de los pescadores se cuelgan alrededor del puerto, dibujando un pintoresco y atrayente cuadro. Dicen… y por lo que pude apreciar debe ser verdad, que los marineros de esta localidad suelen pintar los corredores y balconadas de sus casas, con los mismos vistosos colores que dan a sus embarcaciones. Dado que la luz de estos días otoñales se acorta y contando con que a las seis de la tarde ya es de noche, decidimos ir provistos de bocadillos con la sana intención de dar buena cuenta de ellos en la playa de cantos rodados de Monellos -como así fue-
Salimos de Gijón con unas nubes prietas como cojón afumado de burro, el cielo sombrío y xarriando como si fuese de agua, con las luces del coche encesas como en plena noche, aunque en mí interior albergaba la esperanza… ya que la tormenta venía de Galicia según fuésemos avanzando hacia el occidente el tiempo mejoraría. Pasamos Luarca y los deseos se convirtieron en realidad, el firmamento se fue aclarando y ya alternamos el sol con nubes algodonosas, durante el resto del día, que dio en elevarnos el ánimo y desterrar el calificativo de chiflados con el que antes nos habíamos torturado. Cuando llegamos a la ensenada de Viavélez y subimos al mirador pudimos contemplar el mar un poco revuelto y una bonita perspectiva de la hermosa localidad.
Caminamos por entre montes repletos de apestosos eucaliptos, aunque de vez en cuando aparecía algún aislado castaño, sobreviviente de la plaga propiciada por la monstruosa papelera de Navia que no tiene más afán que devorar miles de árboles de crecimiento rápido. En principio la senda discurre bastante alejada de la costa y quizá pudiera inducir al desencanto, pero al ir acercándote al Cabo Blanco quedas compensado con creces. Llegando a la altura de Valdepares pasamos por delante del palacio que perteneció a la familia de D. Diego Castrillón Cienfuegos, en cuyos jardines se conserva una fuente de aguas ferruginosas a la que se le atribuyen propiedades medicinales, dicen que en el caserón se conserva una interesante biblioteca.
Es el famoso cabo, un promontorio costero que se adentra en el agua formando una estrecha península y sobre el que se localiza el Castro de Cabo Blanco, defendido por un gran foso escavado en la roca pizarrosa que lo aísla de la tierra, según te vas adentrando, contemplas el suelo castigado por el agua en las pleamares, que te descubre vistosas cuarcitas blancas, que por cierto le dan nombre por su vivo color. Hace mucho tiempo por aquí habitaban los cibardos que fueron romanizados y seguramente este castro fue testigo de alguna de las últimas y encarnizadas escaramuzas con los invasores romanos de aquella época los metieron en cintura imperial.
El viento del oeste ya no soplaba tempestuoso, pero se notaba que unas horas antes se había encargado de arrastrar las nubes invernales, pesadas y negras que habían descargado previamente sobre la tierra, furiosos chaparrones. El mar no estaba demasiado encrespado, no obstante azotaba las rocas de lo lindo y hasta se permitía bramar, precipitando sobre las orillas del Cabo Blanco olas respetables, babosas y continuadas que restallaban con sonido de artillería. Llegaban una tras de otra, esparciendo en el aire, la abundante espuma blanca de sus crestas, como si se tratase del sudor de un monstruoso y ciego Polifemo cualquiera, que bufaba como un condenado, al tiempo que repartía mandobles en su loco delirio.
Las vistas de la costa desde allí fueron impresionantes, disfrutamos de una bella panorámica de la costa Cantábrica, donde se descubren abundantes puestos para la práctica de la pesca a caña, aunque ese día la mar estaba un poco brava para practicar tan noble arte, seguro que por aquí abundan los sargos, congrios, calamares, lubinas, pulpos, maragotas, agujas, o rodaballos. Después de sorber a conciencia el paisaje continuamos camino hasta llegar a la Punta de La Atalaya, donde la fuerza del mar ha esculpido un pintoresco puente. En los siglos pasados estas atalayas han servido de oteaderos para localizar las ballenas, cuando su pesca era intensa y una de las principales ocupaciones de los habitantes de estas escarpadas costas del Cantábrico.
El regreso discurrió con paso más vivo, entre otras razones por que la noche se nos echaba encima, y la verdad sea dicha, el caminar por caminos desconocidos a palpu no me haz ni pizca de gracia. Las gaviotas continuaban chillando y sobrevolando los altos acantilados y nosotros poco menos que como alma que lleva el diablo nos plantamos en Viavélez cuando la luz comenzaba a escasear, un poco cansados aunque contentos con la caminata tan placentera que habíamos tenido y disfrutado de ella de lo lindo.
Siguen unas fotos de la localidad de Viavélez y el Castro situado en Cabo Blanco