Hay libros que te descubren cosas que antes no sabías. Son los que sorprenden por el nuevo conocimiento que te aportan. Luego, hay otros que te descubren cosas que ya sabes pero que están escondidas. Son libros como Catedral.
Qué místico, diréis. Pero no es, en teoría, una de esas guías de autoayuda. De hecho, es casi todo lo contrario. En sus relatos se encuentran a hombres (en el sentido genérico de la palabra. Evidentemente hay hombres y mujeres, pero parece que ahora se debe especificar todo) que andan perdidos por la vida. A veces encuentran solución, a veces no, y otras veces no importa.
Carver, su autor, tampoco resuelve el misterio de la vida, pero al menos lo describe bien. Siempre he dicho que si te lees sus cuentos de una tacada te vas a tirar por la ventana. Muchos de sus protagonistas son alcoholicos o tienen enfermedades o están sufriendo o se acaban de separar o están viendo como se desmorona su matrimonio o un largo etcétera. Es una lectura dura, como a veces lo es la vida, pero se aprecia.
Lo mejor en Carver es que notas que te respeta. Sus historias no están protagonizadas por arqueólogos que funcionan a ritmo de latigazo o investigadores que descubren sectas a través de cuadros. Lo terrible de sus cuentos es que son posibles en nuestro día a día. Casi siempre están movidos por hechos insustanciales.
En un relato, por ejemplo, una pareja se acaba de divorciar y al ex marido, que vive en su piso de soltero, su ex mujer le tiene que quitar un tapón de cera que se le ha hecho en la oreja. En Parece una tontería, un niño se queda en coma por un accidente el día de su cumpleaños, y el pastelero al que su madre había encargado el pastel les acosa para que lo vayan a buscar. Otro es el llamado Catedral en que un ciego cambia a través de una experiencia la forma de ver a un vidente.
Y todo narrado con un tono menor, lánguido y con poca explicación. Lo que causa el malestar en sus historias son las situaciones que sabe crear. Pero es un malestar insaciable, que invita a leer. Y cuando el cuento se acaba, las puertas no se cierra, sino que llega lo verdadero. Llega la vida, que es una extensión de sus relatos. ¿O era al revés?