Cecilia vivía en una casa con la puerta y el balcón pintado de verde, como queriendo con aquel color robarle a la vida un poco de esperanza.
Era una mujer de carácter aparentemente huraño, que apenas se relacionaba con nadie, escondiendo entre las paredes de su vieja casa su capacidad de amar y su valor como ser humano.
Tenía el pelo negro y los ojos del mismo color. Su figura menuda, ataviada con una bata oscura, y un enorme delantal, le hacían aparentar más años de los que tenía.
Su mirada escondía una ternura especial si se la sabía mirar con interés.
Sus huesudas manos, hábiles para los trabajos caseros, aunque un poco ajadas, eran bonitas.
Vivía con Pascual, su marido y Andrea, su hija. Era con los únicos que solía hablar.
Sus vecinos, sin apenas conocerla, juzgaban que era un ser distinto a los demás, por aquello de ser diferente a ellos.
Tenía un halo misterioso y no lograban descubrir cual era el secreto que guardaba en su interior.
En su afán de ignorarla, la habían marginado sin darle una oportunidad.
Desconocían su pasado, su historia personal, de donde venía...
Aparentemente era igual a ellos en lo externo, pero algo albergaba en su interior que le daba un aíre muy particular.
O quizá la imaginación de los lugareños daba pie a inventarse historias extrañas, sin percibir que todo era más simple.
Había aparecido en el pueblo un atardecer de Primavera, cuando el buen tiempo saca a los vecinos de sus casas, y se forman corrillos y charlas de unos y otros.
Desde el primer instante, sintió el rechazo de todos los del pueblo.
Era una comunidad cerrada, anclada en sus costumbres y rutinas, sin apenas haber evolucionado, dominada por sus instintos más primarios.
No estaban dispuestos a que nadie enturbiara la paz de aquel lugar.
Ella, poco a poco se fue metiendo dentro de sí y bajaba la mirada al escuchar cuchicheos a su paso.
Aún así, desprendía una dignidad que no pasaba desapercibida para nadie.
El desconocido, el diferente, el que sobresale, suele verse como peligroso para el grupo. Es mejor evitarlo, ignorarlo, hacerlo desaparecer.
Así se logra una paz aparente y todos se refugian en ella a pesar de su ceguera.
Pero un día, llegó al pueblo, una niña morena de pelo liso y ojos muy vivos, con cara pícara y bondadosa a la vez.
Venía a quedarse por un tiempo con su familia.
Con el asombro de los niños ante lo desconocido, recorrió las callejas observándolo todo con enorme curiosidad.
Fue así como se encontró con la mirada escudriñadora de Cecilia.
Carmen, que así se llamaba la pequeña, le sostuvo la mirada desafiándola.
Fueron unos instantes un poco tensos, hasta que la niña sonrió a Cecilia, que le correspondió con otra sonrisa.
Entonces comprendieron que sus almas se esperaban desde siempre.
Carmen, se alejó despacio, calle abajo, con un latido alegre en su corazón, bajo la atenta mirada de Cecilia.
Desde aquel fugaz encuentro, se vieron muchas veces.
Solían comunicarse con pocas palabras. No necesitaban hacerlo, debido a su perfecta compenetración de deseos y anhelos.
A veces, los silencios están llenos de hermosas palabras que acunan el corazón.
La casa de Cecilia era sombría, el suelo de barro y las paredes oscuras del humo de la chimenea, la hacían muy poco atractiva.
Pero un día la invitó a pasar dentro, ofreciéndole lo que los seres humanos ofrecen a sus amigos. Lo que tienen.
La mirada de la niña se fue fijando en cada rincón, grabando para siempre en sus pupilas aquel lugar de su niñez donde aprendió el valor de la amistad.
Solo la imaginación y la fantasía, son capaces de elevarnos del suelo y percibir lo bello y lo bueno.
Con el paso de los años se alejó de aquel lugar llevándose sus recuerdos.
Cuentan, que Cecilia murió, porque su hígado estaba muy enfermo de compartir con Pascual aquel vino de la tierra que les había puesto contentos a lo largo de su vida.
A los pocos meses, Pascual no salía a trabajar cada mañana.
Al preguntarle los vecinos y curiosos, respondía que no tendría que hacerlo más.
Había encontrado en un viejo colchón una gran suma de dinero.
P.D. Este relato está basado en hechos reales, aunque la casa no tiene nada que ver con la historia.
Me lo contó una amiga una tarde de invierno al calor de su hogar. Ella lo vivió como una aventura preciosa en su inocencia infantil.
Han pasado los años y lo recuerda con nitidez.
El relato lo escribí hace tiempo, pero como era al principio del blog, quedaba un poco pobre.
Mi escritura desde entonces ha evolucionado un poquito y me dispongo a corregir mis antiguos relatos.