Hace siglo y medio que Darwin publicó su fundamental obra y, sin embargo, en algunos sectores sociales todavía levanta reservas la Teoría de la Evolución. ¿A qué se debe ello? El primer tropiezo lo da el propio lenguaje, siguiendo el habla vulgar, parece que el término teoría indica un conjunto deespeculaciones no demostradas. Pero una teoría científica no es una hipótesis, la evolución es un hecho probado, no solo por el trabajo riguroso y concienzudo del propio Darwin, sino por todas las generaciones de científicos que le han seguido en el estudio de la naturaleza. La genética, una nueva ciencia que se desarrolló en el siglo XX ha corroborado ampliamente todos los puntos de la Teoría de la Evolución…
Por otro lado, la difusión popular y simplificada de las ideas de Darwin, ha llevado a dar una imagen cruel de la naturaleza donde parece que siempre impera la ley del más fuerte en la lucha por la supervivencia, potenciado por el sensacionalismo de muchos documentales y fotografías que se recrean en escena de animales cazando. En el colmo de la desviación, se ha generado una corriente perversa de pensamiento social y político, el mal llamado Darwinismo social, donde muchos grupos violentos y movimientos radicales se han creído, erróneamente, avalados por la naturaleza, al utilizar la ley del más fuerte para justificar el sometimiento y explotación de la población que consideraban más débil. Este es otro punto que ha originado rechazo y ha sido utilizado por movimientos creacionistas anti-evolución. Darwin nunca apoyó esa visión de la sociedad que él mismo consideraba como una aberración.
El pez grande no siempre se come al chico, pues en ese caso pronto acabarían con los chicos y, a continuación, se moría el grande por inanición. Los animales cazadores no suelen tener éxito en sus cacerías, pues si no fuera así, tendrían mucha descendencia y rápidamente se terminaría la caza. La selección natural no es la ley del más fuerte; porque no es el más fuerte el que sobrevive, sino el más adaptado, el que vive más en armonía con su entorno.
Las células nacieron siendo entes autónomos. ¿Cómo surgieron los seres multicelulares? Se ha visto que células, como algunas amebas, cuando ellas por sí solas no consiguen comida, segregan una hormona que las hace asociarse con otras amebas. Ahora estas colonias, que pueden estar formadas por miles de individuos, pueden conseguir lo que una sola no podía. La integración y la colaboración mutua prosiguieron hasta que aparecieron los verdaderos seres pluricelulares de los que tanto los árboles como nosotros somos unos ejemplos.
Según se piensa, el sexo habría nacido del… ¡canibalismo! Hay amores que matan, pues ese parece haber sido el origen de la sexualidad. Volvamos al mundo celular, al de las amebas, esas pequeñas bolsas blandas de líquido cuyo contenido impulsa hacia uno u otro sentido para lograr moverse. Estos seudópodos también los emplean en la nutrición, rodean a su presa y segregan ácido para descomponerla. Posteriormente diluyen las sustancias nutritivas en su citoplasma o líquido celular. Bajo algunas condiciones especiales, al digerir células, los genes del depredador y los de la víctima pudieron haberse entremezclado, generando un ser híbrido entre ambos progenitores. Algunos de estos nuevos seres pudieron presentar características mejores que las de cualquiera de las células de las que provenían. Ahora el siguiente paso consistió en cambiar la lucha por la colaboración, el canibalismo por la cooperación conjunta. Y así nació la atracción sexual, fue una auténtica revolución pues con la invención del sexo, los nuevos seres salían con diferentes dotaciones genéticas, ya podía actuar la selección natural para premiar a los más adaptados al medio donde vivían. Comenzó la gran aventura de la evolución de la vida. Nuevas especies de plantas y animales surgieron para poblar todos los rincones de nuestro planeta.
Los que tratan las enfermedades saben que cuando un organismo infecta y parasita a otro ser de forma muy virulenta, significa que no está muy evolucionado, ya que la muerte del infectado conlleva, en la mayoría de los casos, la muerte del infectante. Al coevolucionar debe el parasitismo y la infección letal transformarse en infección leve para que el organismo infestado pueda seguir alimentando a su inquilino, y nunca se debe matar a la gallina de los huevos de oro. Pero aún así, transformado en enfermedad leve, el organismo invadido lucha contra el invasor. ¿No es mejor colaborar y ayudarse que permanecer en continua pugna? Si ambos seres logran transformar su relación en simbiosis, no serán ninguno de ellos desplazados por la selección natural, pues ambos organismos se benefician mutuamente. Viviendo en simbiosis, tenemos numerosos seres unicelulares independientes que trabajan para nosotros dentro de nuestro propio cuerpo, nos ayudan a realizar multitud de funciones como por ejemplo, la digestión, la eliminación del sudor, la eliminación de células epiteliales muertas, limpieza en distintos órganos… etc.
Es sorprende las sutilezas con las que las plantas buscan colaboración, ofreciendo néctar para que realicen la fertilización, fruta con las vitaminas que precisamos, para que esparzamos sus semillas, y mucho más tipos de colaboraciones entre las que destacan las ayudas prestadas por feroces insectos para proteger a plantas. Por su parte, los animales obtienen de estos acuerdos, comida, alojamiento o perfume para buscar pareja.
En las distintas especies, la selección natural ha favorecido a los individuos que han protegido y cuidado amorosamente a su prole, incluso dándole mayor valor que a su propia vida; de esta manera, se asegura la supervivencia de la especie. Es bien sabido que, estando la madre presente, no se puede tocar las crías, incluso en animales tan cobardes e indefensos como las gallinas.
El hombre, como especie, ha pasado de una evolución natural a una evolución cultural. La evolución cultural deberá tener conciencia de los errores cometidos y deberá volver a vivir en armonía con la naturaleza, sino el propio hombre se destruirá al destruir su entorno. Mucho ha cambiando nuestro mundo desde aquel 24 de noviembre de 1859, cuando apareció El origen de las especies. Ahora, más que nunca, en nuestras manos todavía está la posibilidad de demostrar que no somos un fracaso como especie.
Miguel Herrero Uceda
Doctor Ingeniero, divulgador científico y autor del libro “El alma de los árboles” (Elam Ed.)