Avanzan con paso firme hacia la puerta, unidos por la mano. Él, cariñoso, le regala un ligero apretón con su dedo índice. Ella, cómplice, le corresponde acariciándole suavemente la piel con su pulgar.
Al llegar al umbral, se detienen un instante. Han decidido que la ceremonia se desarrolle sin familiares ni amigos. Sólo ellos en un acto íntimo de elección personal.
Se giran el uno hacia el otro y se miran a los ojos. Se sonríen, seguros de su amor, y entran sin soltarse las manos en el moderno templo, seguros de que ese sentimiento bastará para salvar la prueba que a la están a punto de someterse.
Avanzan hacia la recepción sabiendose parte de un rito casi ancestral. Participado, muchas veces antes, por millones de parejas.
Al llegar a la tarima es ella la que coje la iniciativa y alarga la mano hacia el mostrador.
Algo brilla en sus ojos, un reflejo nuevo que provoca que él dude por un instante. Sin embargo se repone rápidamente y entran, siempre juntos, siempre de la mano, en IKEA. Ning1