Que los Objetivos del Milenio han fracasado es ya un hecho a cinco años de su meta; nada parece indicar que se vaya a invertir la tendencia de crecimiento en los indicadores más graves, que son además los que menos esfuerzo económico implicarían. Es el componente político, la voluntad de los políticos la que falla. Pero también es un fracaso la estrategia que hemos seguido desde el otro lado, desde la movilización social para convencer al resto de la población de que es necesario hacer algo.
Se ha trabajado por movilizar a la gente para que presione a sus gobiernos hacia una acción efectiva contra la pobreza, y la gente no se ha movilizado en ese sentido, pero tampoco en el de la acción personal. El aborto motiva a la gente; puede ser por el morbo, el gusto por la sangre ajena, las ganas de meterse en la vida privada de los demás, o vaya uno a saber por qué. Desde luego no les mueve salvar vidas, si fuera así, el millón largo de personas que se manifestaban en Madrid lo hubieran hecho también contra el hambre en el mundo, que mata mucho más que una ley, y máxime cuando muchos de ellos dicen creer, dicen profesar una fe o al menos practican con asiduidad con su presencia en los templos, que considera como un bien supremo la dignidad de la persona.
Pero con un día de diferencia el aborto ha movilizado diez veces más de gente que la pobreza. Y eso es un fracaso de la movilización de Pobreza Cero. Y no sólo por la falta de presencia en las calles, que muchos puede ser que no fueran por diversas razones, como es mi caso; razones más o menos válidas, razones más o menos fundamentadas, o incluso de fuerza mayor. Pero es que no hay conciencia de que este problema es el Problema. Que la crisis mundial, las guerras, los genocidios, la lesión de Cristiano Ronaldo o la barba de algún monarca trasnochado, son apenas minucias, inconvenientes pasajeros, dolores puntuales. El hambre y la pobreza son definitivas como la muerte que anuncian para miles cada día. Una muerte silenciosa, anónima, apenas sentida.
Y no es que todas y cada una de las vidas humanas, nacidas o por nacer sean dignas por sí mismas, es que además tienen el derecho a vivir dignamente, y a morir dignamente. Y por cada una de ellas que no tiene la oportunidad de hacerlo se produce un abatimiento de esa dignidad, de la fe en lo increible, de la esperanza en lo posible y de la caridad con los otros. Y aunque el peso de una vida es el mismo que el de un millón, porque la vida no se puede medir, la evidencia del número para esa parte de nuestro raciocinio que funciona a base de ratios y medidas, debería ser tan abrumadora que nos hiciera insoportable el respirar, evitar el llanto, ... pero apenas nos da para "ser de una ONG".
Luego, las miserias del día a día humano, nos llevan a preocuparnos cada uno de nuestras diferentes prioridades; pagar la luz, ocupar una presidencia a toda costa, o gritar en un campo de fútbol.
Y como las posibilidades, como casi siempre se reducen a actuar o no, yo invito a actuar. A poner en juego el poder que tenemos por el hecho mismo de ser personas que se expresa fundamentalmente en pensar y actuar. Los gobiernos son inoperantes, pesados, torpes y burocráticos. Por eso su fin obvio es el de ser eliminados, y por tanto no deberíamos contar con ellos para solucionar esto. Porque tiene solución, y porque se lo debemos a los que han muerto y a los que van a morir hasta que lo solucionemos (OJO, no hasta que se solucione).
Es una esperanza contra toda evidencia, una fe, en que la caridad de cada una de las personas es mucho más potente que la estupidez de los individuos aislados (redundancia que aplico para hacer visible la diferencia fundamental entre persona e individuo). Además es una esperanza que no se basa en ningún tipo de derecho, sino en la justicia de quienes son dignos, de los misericordiosos, de los que ponen-su-corazón-en-los-otros.