Termino de releer La subasta del lote 49 con la impresión, seguramente exagerada, de que Thomas Pynchon ha escrito a cuatro manos, junto a Philip K. Dick, el Quijote estadounidense. Ambos escritores serían el Cervantes de dos cabezas del gran imperio del siglo XX, el imperio estadounidense.
En el siglo XX todo se volvió veloz, y el siglo renacentista europeo se condensa allí, en los EEUU, en una década, la década de los 50: la era dorada, soñada y bucólica, del american way of life; así como el siglo barroco se condensa en la década de los 60: la distorsión y la paranoia. He recurrido a una versión de pesadilla, como si el cuerpo de Menéndez Pidal fuese tomado por el espíritu de David Lynch; pero extiéndase ahora la égloga renacentista a los años sesenta, dado que dicha década completa el sueño americano con su crítica y su, como dijera Bertrand Russell, corazón abierto al gozo; y extiéndase la paranoia y la reacción -o contrarreforma- a los años setenta y ochenta, monstruo del sueño de la razón anterior.
Hoy, románticamente retrofuturistas, podríamos sentirnos decadentes y afirmar junto a Byron, esto es exagerar: "El Quijote fue un gran libro que acabó con un gran país". Dicen que Moby Dick es el Quijote norteamericano, pero se me ocurre que a lo mejor nuestro Mio Cid sirve también como analogía para Moby Dick: como definidor de la identidad nacional de una nación transnacional, venida del océano y lanzada hacia el océano de esta globalización llena de sombras.
La posmodernidad quiso anular la distancia entre alta y baja cultura, pero su Quijote ha tenido que ser escrito en dos versiones o partes, fracturado: Pynchon y Dick. ("¿Tú vendes esa mierda?", le preguntaron a Dick cuando trabajaba en una tienda de novelas de ciencia-ficción, y él respondió: "No solo la vendo, también la escribo"). Edipa Maas, la heroína de Pynchon, entra en la sala de subastas, al final de la novela, y ve el cogote del público. Uno de esos cogotes, sabe Edipa, se hará en la puja con el Tristero; con el sistema de un correo privado que no es nada privado, con la herencia de eso llamado civilización. O sea, y en metonimia, con su literatura: porque solo a esa literatura se le habrá de pedir cuentas acerca de sentido alguno.
Y esos cogotes que ve Edipa en la última página de la novela son los cogotes de los lectores.