Alaska, 23 de noviembre de 2012,
Hablo por Skype con estudiantes de educación social de la Universidad de Santiago de Compostela. Es el segundo año que el profesor Pablo Meira me propone esta actividad, una gran oportunidad para el contacto de los estudiantes con el mundo profesional y viceversa. Skype es tecnología 2.0 al servicio de una comunicación 1.0, a la antigua. Se trata de hablar y debatir, algo que difícilmente puede hacerse por ejemplo en twitter, a pesar de sus entusiastas. En lo que se refiere a comunicación, twitter es bastante pobre. Un diálogo de sordos y uno de los sitios de Internet donde más lugares comunes y prejuicios se dan por minuto. Es lo que tiene intentar resumir cosas complejas en banalidades de 140 caracteres. Pero, por otra parte, es una plataforma que permite hacer propuestas educativas interesantes. Por eso, por los contactos, y a veces por el divertimento, que no es poco, conservo mi cuenta.
Estábamos en Skype. Me gusta hacer preguntas para saber, con una ojeada, algunas cosas del auditorio. La primera va sobre las redes sociales. El 90% de los estudiantes que me escuchan tiene facebook y el 70%, así por encima, tiene twitter. Solo uno de ellos tiene un blog. Bueno, en realidad es una de ellas, porque un 90% de los que me escuchan son mujeres. No descubro nada nuevo: esta es una profesión de mujeres donde los hombres somos una rara avis. Está claro, por otra parte, que las nuevas generaciones de educadoras llevan incorporado el virus 2.0 y estoy seguro de que le acabarán sacando mucho más juego del que le sacamos ahora. Sabrán distinguir el ruido de las nueces. Buenas noticias.
La segunda pregunta que les lanzo va sobre la ciencia y sus derivados. Una gran mayoría opina que las farmacéuticas son lo peor. También creen que lo que diga la genética es poco relevante para nuestro trabajo. Hay la opinión generalizada de que todo es gracias a, o por culpa de, la educación. Nada nuevo tampoco. No me gusta generalizar, pero en este tema me atrevo. El prejuicio hacia lo científico es algo que forma parte de nuestro ADN de educadores. No sabría decir cuando, cómo y por qué, estudiantes que han (hemos) mamado biología en el cole o el instituto, de repente eligen educación social y rechazan cualquier cosa que huela a química, a cerebro, a herencia, a evolución. Cualquier pastilla es mala, cualquier insinuación de que tal vez el problema esté en el cerebro y no en los padres es fascista o reduccionista, la ciencia solo se mueve por interés, bla, bla, bla. Naturalmente no nos inmutamos ante descubrimientos científicos sobre el comportamiento humano, como si no fuera con nosotros. Desdeñando la herencia y la evolución, la educación social solo puede aspirar a explicar todo y a solucionar todo (TODO) desde un punto de vista social y educativo. Los riesgos de que nuestras intervenciones caigan en el totalitarismo es muy grande. Y no solo hablo de los grandes discursos, cargados a menudo de buenintencionismo, hablo también del día a día profesional, del riesgo de convertirnos en el Gran Juzgador cada vez que abrimos la boca. Suerte que esta generación que viene y que pisa fuerte introducirá la ciencia en sus saberes pedagógicos (y ahora debería poner un emoticono de esos amarillos, guiñando el ojo).
La tercera pregunta va sobre la crisis. Una gran parte del alumnado conoce a alguien muy cercano al que la crisis le afecta con dureza. Son estudiantes que ven con preocupación el presente de la gente y también el futuro profesional propio. No sé que pasará de aquí a cuatro o cinco años, cuando esta generación de educadoras salga a la calle. De alguna manera tendrán que enfrentarse a la crisis. No a esta, espero (cinco años de recesión más no creo que los resista ni la gente ni el país) pero sí a sus consecuencias. Al estado de bienestar que nos quede bajo las cenizas. Supongo que se preguntarán qué hicimos al respecto. El desastroso legado de Zapatero en España o del tripartit en Cataluña, por ejemplo, seguido por la política de recortes salvajes en sanidad, educación y servicios sociales del PP y de CIU (¡glups!, lo siento, no quería entrar en campaña. Ahora, si fuese un hombre de mi tiempo, debería poner un emoticono de diablillo, ¿no?) , ese legado, digo, les dará para mucho. Quizás la suya sea una tarea de reconstrucción. En todo caso tendrán que abrir ventanas e inventarse nuevos roles, nuevos proyectos. Ya veremos, como futurólogo soy un desastre.
Después de más de dos horas de conversación y cuando ya me estoy despidiendo, Skype se desconecta. Me quedo un rato mirando la pantalla de mi mini Samsung, maravillado todavía, ceporro que soy, de que al otro lado, hace tan solo unos segundos, estuvieran asomadas más de 70 personas.
(Mi agradecimiento, una vez más, a Pablo Meira, un profesor implicado en su trabajo hasta el tuétano. Y un gran abrazo virtual a sus alumnos: amables, pacientes, críticos con el que esto escribe y muy interesados en su profesión.)
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