Asumí derrotas y victorias que no fueron mías. Me alejé de finales por desconocer lo que porfían. Esperé con inmensa tranquilidad, sin prisas ni vaciles, sin dudas. Con una brisa que calma un llanto tan oscuro como la noche. Supe que los cuentos, cuentos son, empero, ¿hay algo de verdad en ellos? ¿Son o no sueños de quienes los escribieron con tan esfuerzo? Quizá vidas anheladas, ¿quién sabe? Los cuentos narran deseos o displicencias, y es que, finalmente, la escala de grises, de la que la mayoría alardea, acaba en negro o en blanco; ya decían algunos eruditos que lo justo se encuentra en la mitad, sin embargo, la justicia carece de punto medio.
Y así, encuéntrome en sociedad, todo cuanto ves y oyes es discutible, hasta el aire que respiras podría serlo, ¿quién te asegura que, en los tiempos venideros, su precio sea el de ahora? Otrora, nadie presentía que lo que bebes, por necesidad, iba a ser tan caro. Todo ha cambiado, a una pareja de hombres ahora lo llaman raro. En épocas anteriores el placer no iba de la mano de la procreación, actualmente el placer es tabú y la reproducción constantemente se aleja de lo placentero. Gustos como colores, pero siempre hay opiniones que son ofensivas, salvaguardadas en la libertad de expresión. Pero, ¿qué es expresión?
Camino en mares de números y letras, álgebra y lingüística abarcan todo lo abarcable. Mentiras y verdades completan la historia de la humanidad, que ha llegado a su final. Todo cambio es catastrófico, países pendientes de porcentajes y números desconocidos, de una bolsa no tangible, de una pantalla que se alza como una muralla y la información queda callada cuando ésta se enciende. Apagamos la razón para conectarnos a un mundo superior, la ignorancia nos aporta ventura y dicha. Bradbury nos ilustró quemando libros que creaban tensión, nosotros creamos libros que liberan tensión.
Y la violencia en la calle provoca flash por doquier, entre tanto discutimos si permitimos Pokemón, SnapChat, What’s app o filtros para Instagram. El ocio es un mal necesario que, visto como enemigo, se vuelve contrario. La desgracia no es culpa del inmóvil, aunque su actitud sea una derrota para el inquieto, por ende, no acuses al compañero que no va a luchar, mira en lo más recóndito de tu ser y acúsate de todo aquello que haces sin querer. Aprende a jugar y a pensar, pues no dejes que el juego aprenda de ti y que tus pensamientos se inunden o acabarás por gritar “Sálvame”.