Aviso: este post es muy largo y no es divertido. Si alguien sigue hasta el final y luego decide que no le ha merecido la pena el tiempo empleado, no se admiten reclamaciones. El que avisa no es traidor.
Todo empezó porque ayer mismo Bich publicó un post sobre sus lecturas veraniegas. Éstas incluían una novela de Gore Vidal que le había gustado, y nos preguntaba si le podíamos recomendar otras. Inmediatamente pensé en recomendarle “Creación”, pero antes de escribir el comentario a su post quise asegurarme de que no se me estaba olvidando alguna otra sumamente recomendable y busqué una lista de obras de Gore Vidal para repasarla. En esa búsqueda di con una entrevista que se le hizo hace unos tres años, muy reproducida, y algunas cosas que lei en ella me dejaron bastante estupefacta. El que ha sido llamado “uno de esos raros intelectuales norteamericanos de mente y espíritu abiertos, que aman la verdad más que todo lo que les rodea“, “la conciencia de Estados Unidos” o “educador e informador imparcial de la sociedad” se mostraba como un firme defensor de teorías conspiracionistas afirmando que Roosevelt incitó a los japoneses a atacar a los Estados Unidos para tener motivos que le permitieran entrar en la Segunda Guerra Mundial, que disponía de información previa sobre el ataque de Pearl Harbour, y la ya conocida de que el atentado del 11 S también era conocido con anterioridad, pero se permitió que ocurriera para poder justificar la invasión de Afganistán.
En dicha entrevista, Gore Vidal afirma que Osama bin Laden y Timothy McVeigh “tenían sus razones” para cometer sus terribles atentados, que la actuación de estas personas había sido una respuesta a la “provocación” del gobierno estadounidense, que las matanzas que perpetraron eran “reacciones inevitables” al comportamiento del gobierno y la sociedad de EEUU y que por ello “estaban enfurecidos”. Es totalmente innecesario volver a tocar el tema del 11 S, pero mucha gente puede no recordar el caso de Tim McVeigh, por lo que expondré los antecedentes.
Hasta el 11 S, el atentado terrorista más importante que había ocurrido en Estados Unidos fue el perpetrado en Oklahoma City. Timothy McVeigh, con la complicidad de un antiguo compañero del ejército, hizo estallar un camión con 3.500 kilos de explosivos aparcado delante del edificio Alfred P. Murrah, que albergaba numerosas instalaciones federales. El balance de la explosión fue de 168 muertos y un número de heridos que, según las fuentes que he consultado, osciló entre 500 y 800. Evidentemente, aunque el objetivo de McVeigh eran los empleados federales, murieron civiles y 19 niños (en el edificio estaba instalada una guardería), pero él consideró que aquello era un daño colateral inevitable. Algunos supervivientes se suicidaron después, incapaces de soportar los recuerdos. Después de la explosión, McVeigh huyó del lugar en coche, pero fue detenido un poco después por conducir sin matrícula y llevando un arma de fuego. De todos modos, nadie lo relacionó de momento con el atentado. Sólo unos días después, cuando un especialista en perfiles psicológicos describió el tipo de persona que estaban buscando, se llegó a él, que coincidía perfectamente con el perfil trazado. McVeigh fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado en 2001. Nichols, su cómplice, fue sentenciado a cadena perpetua y otro antiguo compañero del ejército, Fortier, a quien McVeigh le propuso que participara pero se negó, fue condenado a 12 años por no advertir al gobierno sobre el atentado.
¿Quién era este MacVeigh, cómo y por qué se convirtió en un terrorista? Era un muchacho que no quiso estudiar ni tampoco trabajar en la industria de su pueblo, lo que le parecía muy monótono. Obtuvo una licencia de armas, practicó hasta convertirse en un tirador excepcional y se empleó como guardia de seguridad de alto nivel. Las armas le gustaban cada vez más y compraba prensa especializada, y a través de la revista “Soldier of Fortune” descubrió algunos libros. El que más le impresionó fue “Los diarios de Turner”, de Andrew MacDonald, seudónimo de William Pierce, líder del Partido Nazi Americano. “Los diarios de Turner” es la historia de un ciudadano que, agobiado por las leyes coercitivas y la reglamentación contra las armas del gobierno federal, coloca un camión-bomba ante el cuartel general del FBI en Washington e inicia con ello una “guerra de liberación”. Se trata de una obra de tintes racistas, muy antisemita y favorable a Adolf Hitler, que hoy circula profusamente por Internet y se ha convertido en la Biblia de los movimientos neonazis. Al McVeigh le fascinó la posibilidad de un caos en Estados Unidos, por una guerra civil o un desastre nuclear. Sería el mejor ambiente para que alguien como él prosperara. Como el caos no se acababa de producir, se alistó en el ejército. Le entusiasmaba Rambo, y pensaba que la infantería iba a proporcionarle aventuras y combates cuerpo a cuerpo. Participó en la Guerra del Golfo y ascendió rápidamente. A su regreso, sus superiores le recomendaron para el ingreso en los boinas verdes, pero no superó las pruebas y abandonó el ejército. Entnces compró un coche y se dedicó a lo que mejor conocía, las armas. Vagabundeó por todo el país, de feria en feria, vendiendo ropa militar, libros de supervivencia y camisetas. Las ferias de armamento, un acontecimiento típicamente norteamericano en el que se comercia con armas blancas, fusiles de asalto y material relativamente pesado, le permitieron conectarse con la red de Patriotas, Milicias, Supervivientes y demás organizaciones de un magma en que se mezclan nazis, libertarios y pirados, gente unida por su desconfianza hacia Washington. “Un hombre armado es un ciudadano; un hombre desarmado es un súbdito”, solía decir McVeigh.
Cuando estaba metido en este ambiente ocurrieron dos acontecimientos, el tiroteo de Ruby Ridge y Waco. El caso de Ruby Ridge, un pequeño poblado de Idaho, a 40 kms. de la frontera con Canadá, ocurrió en 1992, aunque los antecedentes se remontaban a 1989. Randy Weaver, supremacista blanco y traficante de armas, cayó en una trampa de la ATF, vendiendo dos rifles de guerra a un agente encubierto. Fue citado para acudir al tribunal, pero, por un error del actuario del juzgado en el que fue denunciado, Weaver no se presentó en la fecha correcta, y se emitió una orden de arresto en su contra. Al saber ésto, Weaver se encerró en su cabaña, junto a su mujer, sus cuatro hijos y su amigo Kevin Harris, y amenazó con matar a cualquiera que se acercara. El 21 de agosto de 1992, un grupo de marshals (brazo uniformado del FBI), mató al perro de Weaver, por lo que éste salió de la vivienda, comenzando un tiroteo en que murieron un agente y el hijo de 14 años del fugitivo. Entonces acudió al lugar un comando de 50 miembros del FBI especialistas en rescate de rehenes. Fueron informados de que Weaver estaba fuertemente armado y los niños habían sido instruidos para disparar contra cualquier adulto. Los agentes federales tuvieron otro tiroteo con los Weaver al día siguiente, durante el cual murió la esposa de Weaver.
Al poco tiempo ocurrió el caso de Waco. Los orígenes de los davidianos (una secta ultra escindida de otra secta, los Adventistas del Séptimo Día) se remontan a los años 50. Durante más de 30 años esta pequeña comunidad funcionó como un culto extraño y cerrado, pero muy pacífico. Las cosas cambiaron cuando el excéntrico rockero Vernon Howell llegó al liderazgo de la secta, después de una serie de peleas judiciales y un tiroteo con George Roden, a quien le correspondía el puesto “por herencia”, a fines de los años 80. En 1990 Howell cambió su nombre a David Koresh. Se convirtió en un líder mesiánico, trasladó su fortaleza a un lugar al que bautizó como Rancho Apocalipsis e instauró nuevas costumbres en el grupo, como la poligamia para él y para otros miembros selectos del grupo, y el abuso de menores.
Con la excusa de evitar que lo atacaran los davidianos expulsados comenzó a comprar armas automáticas a destajo, lo cual está permitido por la ley de Texas. En 1992 las autoridades federales decidieron investigarlo porque recibieron información de que estaba produciendo ametralladoras, lo que es ilegal. Realmente los davidianos tenían un polvorín y efectuaban prácticas de tiro al aire libre. Se pertrecharon de todo tipo de alimentos y municiones, creyendo que llegaría un holocausto. De hecho, Koresh viajó dos veces a Israel, predicando que el Armagedón comenzaría cuando las tropas norteamericanas invadieran Palestina, ocasión en la cual él se levantaría como un ángel vengador. A principios de 1990 una de sus esposas logró escapar, pero no pudo llevarse a su hijo, por lo que denunció a Koresh ante la policía, a la que contó también que Koresh había llegado a tener 18 mujeres, la mayoría de las cuales no tenía edad suficiente para comprender lo que pasaba.
La policía dio 48 horas a Koresh para entregar al niño, lo que sucedió. Un poco más tarde, un detective contratado por familiares de varios australianos que estaban en la secta entregó una serie de impresionantes antecedentes a la policía, configurándose abusos sexuales contra menores de edad, almacenamiento de armas y otros, pero no hubo respuesta oficial del FBI, como tampoco sucedió cuando la petición de intervenir la efectuaron dos diputados. A fines de 1992 la ATF se hizo cargo del caso, sospechando que la secta había convertido ilegalmente armas semiautomáticas en automáticas, que almacenaba pólvora y productos químicos necesarios para fabricar explosivos y que poseía, incluso, gafas de visión nocturna o máscaras antigás. En julio de 1992 en el correo de Waco interceptaron una caja destinada a los davidianos, descubriéndose en su interior un montón de granadas de mano. La caja fue recompuesta y entregada, pero con esa evidencia final la ATF consiguió las órdenes judiciales para entrar en la propiedad. El 28 de febrero, los SWAT de la ATF llegarón a Rancho Apocalipsis con un elaborado plan de asalto que debía consumarse en menos de un minuto. Los agentes se acercaron al rancho en camiones camuflados como camiones de ganado, pero los estaban esperando y comenzó un feroz tiroteo en el que murieron cuatro agentes del ATF y seis davidianos. Los davidianos habían fortificado la zona y la policía tuvo que retirarse. El FBI tomó el mando poco después del ataque inicial y durante los siguientes 51 días se intentó presionar a los miembros para que se rindieran. La zona comenzó a ser aislada y se usaron amplificadores para hacer llegar sonidos al edificio usando una táctica de guerra psicológica. De esta forma se inició un cerco en el cual participaron el Ejército, el FBI, la ATF y la policía de Texas, que duró 51 días. Tras congelarse las negociaciones, finalmente el 19 de abril de 1993, se siguieron las recomendaciones de oficiales veteranos del FBI para proceder con el asalto final, ante el temor de lo que podía ocurrir con las mujeres y niños del rancho. Un tanque rompió el muro exterior y la pared de la casa, disparando gases lacrimógenos dentro, que no causaron efectos porque los davidianos llevaban máscaras antigás. Finalmente a mediodía, comnzaron a aparecer llamas por todas partes, produciéndose una serie de fuertes explosiones que culminaron con la muerte de 84 personas, logrando salvarse sólo diez de los ocupantes de Monte Carmelo. No se sabe con seguridad qué produjo el fuego, si por los gases disparados por el FBI combinados con los explosivos y productos químicos que almacenaban los davidianos o por éstos mismos que, en un acto suicida, habían preferido morir a entregarse.
Evidentemente, la actuación del FBI en Ruby Ridge y Waco fue desastrosa, y así lo reconoció el presidente Clinton. De cualquier forma es prácticamente imposible que culmine bien un asalto contra un grupo de fanáticos atrincherados y cargados de armas, que además tienen a niños como rehenes. Son personas que deciden llevar su locura hasta sus últimas consecuencias, sin importarles a quién se lleven por delante. Una cosa es el cine y otra la realidad.
McVeigh se había acercado a Waco durante el asedio aunque, naturalmente, no le dejaron pasar. Después de asistir a varias exposiciones de armas viajó a la granja de su amigo del ejército Terry Nichols. Allí se encontraba cuando el 19 de abril de 1993 el cuartel de los davidianos fue asaltado por la policía. McVeigh lloró. “Los políticos de Washington habían declarado la guerra a los ciudadanos”. Y juró venganza. En septiembre de 1994, McVeigh se enteró de que estaba a punto de aprobarse una ley que prohibiría a los civiles poseer armas de fuego y esto precipitó sus planes. Se trasladó a Kingman, Arizona, para visitar a Michael Fortier. No le costó convencer a sus antiguos compañeros para que le ayudaran. Ambos pensaban como él, aunque su obsesión era mucho menor. McVeigh se fijó como objetivo el edificio Alfred P. Murrah de Oklahoma City, porque albergaba numerosas oficinas federales y porque su fachada de cristal parecía especialmente vulnerable a una explosión. Y estableció la fecha del 19 de abril de 1995, el segundo aniversario de Waco. La hora, las once de la mañana. “¿Y toda la gente?”, preguntó Fortier cuando conoció el plan. “Piensa en la gente como si fueran soldados imperiales en La guerra de las galaxias”, respondió McVeigh. “Pueden ser individualmente inocentes, pero son culpables porque trabajan para el Imperio del Mal”. McVeigh quería muchas víctimas. Era necesario. Equiparaba la acción que iba a emprender con la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima, que mató a 200.000 personas, pero “salvó muchas más vidas porque acortó la guerra”. Fortier se negó a participar y se retiró del plan, aunque no denunció a los otros dos.
El 19 de abril de 1995 Tim McVeigh se puso su camiseta favorita, una en la que figuraba un dibujo de Lincoln y la frase “Sic semper tyrannis” (Así siempre a los tiranos), gritada por John Wilkes Booth al disparar contra el presidente. A última hora había decidido adelantar la hora de la venganza: debía producirse a las nueve de la mañana. Se puso tapones en los oídos, se sentó al volante de una furgoneta alquilada unos días antes, en la que, con ayuda de Nichols, había cargado 3.500 kilos de explosivos robados de una cantera, y condujo hasta el edificio Murrah. En el último semáforo encendió la primera mecha, de cinco minutos. Al aparcar encendió la segunda, de dos minutos. Salió de la furgoneta y caminó tranquilamente hacia la parte de atrás de un edificio cercano, donde estaría a salvo. Lo que ocurrió después del atentado y hasta la ejecución de McVeigh ya fue narrado más arriba.
Gore Vidal ya se vio envuelto en la controversia mucho antes de conceder esa entrevista que leí. Se hizo amigo de Timothy McVeigh, con quien sostenía correspondencia mientras éste estaba en prisión y lo defendió públicamente.
En cualquier caso, no puedo comprender que un escritor al que se considera, más que por sus novelas, por sus ensayos de tema político, defienda la idea de que los actos terroristas responden a provocaciones y tienen detrás razones justificadas. No puedo comprender que el que se define como el último republicano (con minúscula) de Estados Unidos, vinculado siempre al partido demócrata, se alinee con un grupo de pirados, fanáticos, segregacionistas y obsesos de las armas. No puedo creer que sus ensayos políticos sean objetivos, pues con esa forma de pensar y su afición por ver conspiraciones en todo deben estar muy sesgados.
Por eso, seguiré recomendando algunas novelas de Gore Vidal, pero en ningún caso uno de sus ensayos.
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