Publicado el 18 noviembre 2014 por Pablo Ferreiro
@pablinferreiro
Choro
“Vos no servís para esto”. Palmada, beso y medalla. Perdí mi tercer trabajo en seis meses, me llevo algunos conocidos, un teléfono de una rubia prometedora y un olor a perro que creo durará varios días. Bien, lavar perros no era para mí, tampoco repartir volantes y según creí entenderle a la china, reponer productos tampoco. Me gasté mis últimos mangos en unas papas fritas y un Lucky Strike de diez. Caminaba lento, no quería llegar a casa para que mi vieja me dijera que todo está bien. Escuchaba frases de conversaciones: ¿Cuanto es 4 por 8?, poneme 20 pesos al 35 en Montevideo, Montoneros hijos de puta y otras que no me acuerdo. Caminaba por Perón, como tantos miles en la Argentina, cruzaba la calle y un “dame todo” vino a completar la tarde. El tipo me apuntaba con un chumbo. “No tengo nada macho”. No me achiqué. “Dame esa nada que tenés”. Se rió el turro. El teléfono de la rubia, los nueve Luckies,documento, unas monedas, San Cayetano y los pantalones. “La puta que te parió”. Pablito campeón, genio, figura. “Con la vieja no”. Tiro en la pierna, grito, sangre. El tipo se fue y tiró todo al piso. Para completar el cuadro caí sobre una botella rota de cerveza Quilmes. Un tipo me levantó en un remís desvencijado, la pérdida de sangre no me dejó fijar la cara del tipo en mi cabeza. Me dejó en la guardia, a mi lado daba lentas bocanadas de aire un bombero con una mordida de gato, el doctor de buen humor me anestesió y me pasó a terapia, desperté al lado de mi madre. Ya a los dos meses tenía el apodo de rengo bien ganado. Me despertaba tarde, a veces compraba galletitas y cigarrillos sueltos. Le gritaba a la televisiòn y me masturbaba más frecuentemente. En una de mis salidas al kiosco: “Eh rengo, venì que no muerdo”. Era el tipo de la moto. “Dame todo”. Me sobresalté. “No mentira,boludín, te invito una birra”. Por mi objeción de que estoy tomando antibióticos, la birra se cambió por una coca light. Monologo del rubio (era colorado): ·disculpà lo de la otra vez, estaba un poco fuera de mí, estuve pensando en vos ¿No querès laburar conmigo? No te deben sobrar propuestas de trabajo. Tranquilo que no es para un delivery (rió). La cosa es sencilla: tengo un laburo que es necesario hacer de a dos, vamos 60 a 40. La casa de una vieja, mucha guita. ¿Estàs? Dale, hacelo por los viejos tiempos.Estrechè su mano llena de grasa de moto. La vida no me presentaba mejor opción, quedamos en encontrarnos en la diagonal para revisar el plan. Esa noche mi vieja hizo albóndigas con puré de papas. Creo que la mezcla de resentimiento y angustia hicieron que me quedaran en ese lugar que está entre los pulmones y la panza.Me levanté temprano, a eso de las once, me mandé un mate dulce con biscochitos y salí para lo del negro. Pisé mierda, suerte, regalos, olor. El negro me recibió, entré por el pasillo de la pensión hasta la habitación más chica. El negro puso un fierro en mis manos. Tomé la posta: ¿Porque a mi?. El negro sonrió con cara de turro. “ Porque vamos a hacer concha a tu vieja”. Reí nervioso. El negro: “No se que te causa gracia, ya estás adentro. Si se te ocurre ir para atrás esta vez no vas a tener tanta suerte, ¿Botón no sos, no?. Bueno ponete pillo y decime donde esconde la guita. Ah, por las dudas que te entre valentía, sabé que si me pasa algo raro cagan vos y tu vieja. No te ofrecí nada de tomar”. Me dió agua de la canilla con hielo. Acepté términos y condiciones. Quedamos para el sábado a la noche. Los días que siguieron los pasé encerrado, recibí algún mensaje amenazante del negro. Mi mamá me trajo flores de bach, tés de distintos yuyos y hasta un enema para ver si andaba mejor. No podía decirle la verdad, la miraba con cara de miedo y con un poco de pena.Llegamos al día. Mi objetivo: hacerme el sorprendido mientras el negro entraba de culata. Cenábamos viendo una película de Woody Allen, creo que era “Bananas”, siempre me confundo. Comíamos sobras del mediodía. El negro apareció por la puerta que daba al patio. Mi madre no se sobresaltó, creo que yo tampoco, lo invitó a sentarse a comer. El negro me agarró y me zamarreó duro amenazando con pegarme en la otra pierna. Mamá se mandó un trago de vino blanco y apoyó los cubiertos como se apoyan cuando se termina de comer, en diagonal. Muy despacito se paró: “Si lo querès hacer mierda dale, a mi no me sirve para nada. Pero la guita no la largo”. El negro no dudó y me metió un tiro en la médula. Volví al hospital, Hace 2 años que estoy al lado de un tipo que respira raro. El negro me viene a visitar cada tanto, lo que me llama la atención es que usa mi ropa ahora y está más gordito, como si alguien le diera de comer bien.