Revista Diario
'Mis abuelitos llegaron desde Alemania a principios del siglo XX y se asentaron en el sur de Chile. Siempre me enseñaron a ser estudioso y a respetar las leyes.', expresó Hans Dumm Esel, un joven chileno descendiente de germanos, tercera generación en el país sudamericano.
'Ahora, en su memoria, yo consumo tres litros de cerveza al día y seis salchichas con chucrut', dijo, orgulloso.
Lo encontramos en una marcha de palestinos chilenos que gritan lemas anti-judíos, queman banderas de Israel y prometen 'borrar del mapa al estado sionista'. Le preguntamos por qué estaba allí y si se sentía partidario de la animosidad de los manifestantes palestinos hacia los hebreos.
'Por supuesto!', expresó con rapidez, 'es la gran oportunidad de mi vida para realizar el trabajo que mis abuelos no pudieron hacer en Europa, porque ya estaban aquí!'.
No queríamos preguntar, pero lo hicimos: '¿Y ese trabajo sería...?'.
'Salir campeones del mundo!', dijo con alborozo y nos mostró la camiseta de la selección alemana que vestía. Sentimos alivio, un gran peso se disipó de sobre nuestros hombros, 'Ah, qué bien, pensamos otra cosa...'.
'Campeones! Campeones!', gritó Hans en medio de la muchedumbre palestina. Nadie le escuchó, ellos, preocupados de tareas más significativas que ganar algo chuteando una pelota, gritaban, 'Muerte a Israel! A degollar a las bestias sionistas!'.
Pero Hans estaba entusiasmado y exaltado, 'Siete a Uno', gritó, 'Siete a Uno! los arrollamos negros de mierda!'
Nos quedamos allí, la manifestación se alejó calle abajo. Sentimos algo extraño en el alma. No, no rabia, sino pena - pena por lo que le está pasando a Chile.