Antonia nació sin llanto. Sus padres, preocupados, consultaron a diferentes doctores porque cómo iban a saber si le pasaba algo a su bebé al no poder llorar. Pese a las palabras tranquilizadoras dadas por unos y otros, decidieron acudir a un curandero, el cual entregó cinco lágrimas a la pequeña.
Antonia creció sabiendo que sólo poseía cinco gotas de agua salada en sus ojos. Le parecían tan importantes que no debía malgastarlas. Así pues decidió reservarlas para momentos realmente necesarios, y encaró la vida con una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando llegó al final de sus días aún no había derramado ninguna lágrima. Su última voluntad fue ir al mar. Una vez allí cerró los ojos para devolverle su valioso préstamo, el mismo que le había hecho vivir con tanta alegría
NiñoCactus
Cumplimos cinco añitos y soplamos las velas con Aurora
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