Y todo lo contrario, el hecho de ser biógicamente hembra es, por sí mismo, razón más que suficiente que te acredita como una madre de tres pareces de narices, como el no va más de lo que necesita cualquier crío, la ventaja evolutiva que, en caso de separación de tu pareja, paradójicamente y de forma muy machista te convierte en la parte más fuerte y capaz de criar y educar y, al tiempo, en la parte débil y a proteger... La última a la hora de dar y la primera a la hora de recibir.
Ser mujer te hace, por arte magia, la pera limonera y la custodia pluscuamperfecta de los hijos _¡dónde va a parar!_ sin que nadie se tome la molestia de verificar _para salvaguardar los intereses de los niños a los que se dice proteger_ si la susodicha hembra es un santa o una japuta, que lo mismito a todos les da, que ya se sabe que la justicia es una señora ciega de nacimiento que no ve a todos por igual, ¡la madre que la parió!...
Por una vez, ser mujer es una ventaja, lo que estaría de puta madre si no fuese porque se hace pasar por discriminación positiva lo que es, en el fondo, un atavismo de otra era, un machismo recalcitrante y del copón, que se disfraza de cosa progre y fetén, y en base al cual las señoras están, a priori y por el simple hecho de tener coño, más capacitadas que nadie para hacerse cargo de los hijos, mire usted que bien. Nada nuevo bajo ningún sol.
No. Aquel aciago día mi abogado no se anduvo con chiquitas, no señor, y me hizo caer del ring a mamporrazos. Mordí el polvo de la realidad judicial y deseché la peregrina idea de luchar por ser yo quien llevase, como había hecho siempre, la fregona en casa y la custodia de mis dos hijos. Fui un indigno Cinderella Man y me dejé tumbar...
Mi abogado tenía razón: Era un combate amañado y perdido de antemano.
Yo era tan solo un hombre "sin"... Sin dinero, sin casa, sin coche, sin hijos y, lo que es peor...
Sin coño.