Caminé rumbo a la casa que compartía con mis padres y hermanos, pero que no era ni sería mía en sentido alguno. Era casi mediodía. En la calle, la gente iba y venía, ocupada en sus labores cotidianas. Ya estaba a un par de cuadras del hogar familiar cuando divisé a la mesera del bar caminando sobre la misma acera, en dirección contraria. Unas bolsas plásticas, con las compras del supermercado, colgaban de sus manos.
—Devuélvase —me dijo.
—¿Para qué? —le pregunté.
—Ya es hora de abrir el bar.
Tomé una de las bolsas y le acompañé de regreso, deshaciendo el camino andado, de vuelta al lugar donde mi día anterior había empezado.