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Allí estaba yo, en la parada de bus, agotada, acatarrada, con hambre y frío, tras la jornada laboral, deseando llegar a casa.
No había mucha gente en la parada, acababa de pasar el bus anterior -para mi desgracia-. Llovía bastante, haciendo más agonizante la espera, e inevitablemente, por una evidente curvatura que lleva años -a pesar de haber asfaltado la calle hace sólo unos meses-, llenando el arcén de agua, agua que como imaginaréis muy limpia no estaba.
Los minutos pasaban, y todavía faltaba para el próximo bus. Un genuino civismo locomotor hacía que cada coche, autocar o autobús que pasaba, se alejara levemente de la acera, evitando así desplegar una ola residual contra los que esperábamos en la parada.
Minuto tras minuto, todo aparato a motor que pasaba por la parada, se alejaba levemente de la acera, lo justo y necesario para ni invadir el carril contiguo, ni provocar una ducha comunitaria.
Todos los aparatos a motor, todos menos uno... La tragedia estaba por llegar.
Un coche entraba por la calle, extremadamente cerca de la acera, "Bueno -pensé-, hará como los demás, y cuando se acerque a la parada se alejará de la acera". JA. No ocurrió así. A cámara lenta pude ver como se aproximaba el coche, cómo comenzaba, la rueda delantera, a pisar el charco -creado por una obra deficiente, la erosión del autobús y la acumulación de agua, como es evidente-, y la trasera la seguía. Pude ver como las primeras gotas saltaban hacia los futuros pasajeros del bus, aumentando progresivamente de gotas a oleada de agua turbia y gélida. Unas cinco personas eran bañadas con ese agua, mientras soltaban improperios que me abstengo de reproducir.
En mi cara seca, una mueca. Una ligera sonrisa dedicada al karma. Eso les pasa por acercarse tanto al bordillo, con la intención de entrar antes que yo en el bus -a pesar de llevaba más tiempo esperando-. El karma les ha dado una lección, lección que yo aprendí hace tiempo, con el mismo civismo pasado por agua.
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