Le urgía verla, tocarla, olerla...Era algo superior a sus fuerzas. Un instinto animal, primigenio, le arrastraba con diligencia malsana a su encuentro. Habían pasado solo dos días desde la última vez pero cada hora que pasaba le asfixiaba más la angustia de la incertidumbre. ¿Y si no había otra ocasión?
Al humedecer sus temblorosos labios resecos con la lengua, era capaz de reproducir con nitidez digital todo el abanico de sabores de ese cuerpo desnudo que le volvía loco, dulce en algunos pliegues y salado en la superficie, de textura suave, gelatinosa a veces, con un punto de amargor en los rincones más recónditos.
Cómo echaba de menos todas esas sensaciones... cuando nada le resultaba más embriagador que el olor emanante de su piel excitada, tan denso, tan perdurable en la memoria que casi podía sentirlo a su lado en la cama, justo antes de despertar sobresaltado... Y allí estaba ella, una mañana más. Como cada día.
Pero ella no era ella. Ya no. Tan parecida, casi igual... pero no la misma. Era otra. Una usurpadora, una farsante, una cleptómana voraz que se había ido apropiando poco a poco de su amor clandestino.