Después de ver su esquela este verano, fui sabiendo aquello que le faltaba a nuestra imagen. Tenía 73 años, quince o veinte menos de lo que cualquiera de nosotros suponía. Estuvo veintinco como misionera. Fue expulsada de China durante la revolución cultural. Había dado clase en barriadas de callampas por Sudamérica. Había trabajado en programas sanitarios para prostitutas y drogadictos. Se había asentado en Chile, había vivido el gobierno de Allende, había apoyado a los estudiantes durante el golpe de Pinochet, antes de que la expulsaran de nuevo.
Pero entonces, yendo en gandaya, creíamos que su historia era aquella poza de Sama - nosotros, que aún leíamos nuestra tierra como frontera, como unidad, como retención necesaria..
Clelia en su quiosco (fotografía de Fernando Castro para La Nueva España, 1996)