La historia ha tratado muy bien los encantos de Cleopatra. Se suele decir de ella que fue una de las mujeres más hermosas del antiguo Egipto y no en vano, Elisabeth Taylor puso a la disposición del personaje uno de los rostros más agradables del séptimo arte. Pero hoy, gracias a algunos grabados encontrados y a ciertos dibujos de la época, sabemos que su poder de seducción debía radicar más en su fuerte personalidad que en su aspecto físico.
En cualquier caso, independientemente de dónde residiera su sex-appeal, lo que es un hecho es que fue capaz de seducir a dos de los hombres más poderosos del imperio romano: Julio César y Marco Antonio. Los romances con ambos fueron trágicos hasta el punto de que el segundo de ellos se suicidó tras recibir un informe falso sobre la muerte de Cleopatra. Pocos días después, ella haría lo mismo para evitar caer en las manos de Octavio, el enemigo político de su marido.
La que fuera última reina del Antiguo Egipto profesaba con devoción el culto al cuerpo y lo hacía con tal rigor que se dice que pudo llegar a escribir un tratado de higiene y belleza, que no ha llegado a nuestros días. De ella sabemos que se bañaba en leche de burra aderezada con miel, que usaba carmín para sus labios y pinturas de color verde para sus párpados, que usaba pestañas postizas, que trataba el contorno de sus ojos con crema de albaricoque para disimular sus arrugas y que utilizaba el jabón como elemento básico de higiene.
Y es precisamente en Roma, esa ciudad que amó y odió a partes iguales a la reina egipcia, donde la leyenda cuenta que nació el jabón. Según ésta, en el monte Sapo se realizaban de manera habitual sacrificios de animales para honrar a los dioses. Los restos de estos sacrificios eran arrastrados por la lluvia de manera que iban a parar al río Tíber, a cuyas orillas las esclavas de la ciudad de Roma lavaban la ropa. Estas mujeres observaron que la mezcla de las grasas animales con las cenizas de la madera quemada en el sacrificio daba lugar a una sustancia que, en forma de espuma, flotaba en el río y que, además, hacía que el lavado fuera más efectivo.
El imperio romano fue creciendo y con él el interés por la higiene, perfeccionándose, a medida que transcurría el tiempo, la elaboración del jabón. No obstante, tras la caída del imperio romano, en el Siglo V, la primitiva industria del jabón se estancó, de manera que hubo que esperar a que llegara el siglo XVII para que, junto con el barroco, volviera el gusto por la higiene. No obstante, no fue hasta finales del siglo XVIII cuando se produjo un cambio realmente importante que haría que la industria del jabón ocupara un lugar que ya nunca dejaría. Y es que en 1791 un químico francés llamado Nicolás Leblanc desarrolló un método de preparación de carbonato de sodio, la sustancia presente en las cenizas y que se combina con la grasa para dar lugar al jabón, a partir de cloruro de sodio o sal común.
En la actualidad, para la fabricación de jabón no se utiliza carbonato de sodio sino que se utilizan otros álcalis, que son sustancias con un pH muy elevado –por encima de diez- como el hidróxido de sodio, o sosa cáustica, o el hidróxido de potasio. Lo que se hace es desarrollar una reacción química denominada saponificación entre estos álcalis y un ácido graso. En estas reacciones de saponificación, al hervir la grasa y añadir el álcali correspondiente se obtiene el jabón más una sustancia química llamada glicerina.
Pero, ¿por qué el jabón limpia la ropa? Para responder a esta pregunta hay que fijarse en la estructura de cualquier jabón, que tiene una parte hidrofóbica –que no se disuelve en agua- y una parte hidrofílica –que sí que se disuelve en agua-. Lo que va a pasar es que cuando el jabón se encuentre con una mancha, que normalmente tiene carácter orgánico y que por lo tanto no se disuelve en agua, tenderá a rodearla de manera que su parte hidrofóbica entre en contacto con la mancha y su parte hidrofílica se quede expuesta al agua, formando unas pequeñísimas gotas denominadas micelas que van a estar cargadas eléctricamente y que van a formar emulsiones que se podrán separar del resto de la disolución acuosa, eliminando así la suciedad.
Hoy en día no existe marca de cosmética y perfumería que no fabrique su propio jabón, de manera que existen jabones de todos los gustos y de todas las calidades. La industria del jabón mueve miles de millones de euros al año en todo el mundo y la higiene básica se ha convertido en una cuestión de primera necesidad.