La bonanza capitaneada por Su Excelencia no sólo ha permitido a todos los bolivianos amar a su patria como nunca, sino palpar por primera vez los beneficios y comodidades de los países desarrollados: Titilantes satélites velando nuestros sueños; teleféricos que nos transportan al cielo; Dakares que bendicen nuestra tierra; flamantes aviones, helicópteros y coches blindados que hacen que ya no sintamos más vergüenza; y quizá muy pronto trenes bala surcando entre las nubes, por el techo de la selva. De la autopista desarrollista no nos baja nadie.
Pero el impresionante boom económico y social de nuestros bienaventurados tiempos no quedaría completo sin el concurso de la arquitectura. En los proyectos urbanos descansan nuestros afanes civilizatorios. Magistralmente convertidos en urbanitas de última hora hemos empezado a adornar las principales urbes con lo más ambicioso y selecto de nuestra florida idiosincrasia. En nuestra Cochabamba, por ejemplo, derribamos sin mayor pena las viejas casonas, por feas, estorbantes y coloniales. La modernidad se ha devorado en poco tiempo la identidad de toda la ciudad. La verticalización se impone como moda y como salida a los precios exorbitantes de los terrenos, por otro lado. Es ahí donde los paisanos de la nueva prosperidad ponen en marcha sus grandes sueños de rascar el cielo.
La bucólica ciudad de sauces y molles está desapareciendo. Brotan como hongos los chalets de los nuevos burgueses sobre los tocones y colinas. De colores más vertiginosos que la paleta del arcoíris. Los antiguos eucaliptos son reemplazados por bloques de aluminio y cristal. Galerías y malls son los nuevos encargos a los arquitectos paisajistas. Por todos lados aparecen nuevas estructuras, cada vez más ambiciosas y rompedoras. Los jeques y magnates del Golfo Pérsico se han quedado cortos en cuanto a imaginación, a pesar de todos los inagotables petrodólares para financiar sus ciudades futuristas. De una vez, podrían darse una vuelta por estos valles y tomar nota de cómo la estética ha cobrado nuevas dimensiones. Pasen la voz, no vaya a ser que estemos asistiendo al nacimiento de una nueva escuela arquitectónica, alguien deslizó por ahí el nombre de arquitectura chicha. Puede que el Renacimiento se haya quedado chico.
He aquí una pequeña muestra de esta edificante revolución urbanística: