Revista Talentos

cocker

Publicado el 29 abril 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
cockerHabía visto que la casa se desmejoraba poco a poco. Las cenas alegres de antaño, se habían convertido en comida fría con la tele de fondo. Todo estaba a tiro de derrumbe. La vieja miraba novelas tapada hasta la nariz, cada tanto yo comía yerba que se le caía. La memoria le fallaba y a veces no me ponía comida ni agua ¿Como me iba a quejar si ella siempre me diò todo?.
Los días en que la oscuridad ganó todo rincón de la casa y la fetidez hacía solo respirable el aire del balconcito, deduje que la vieja ya no se movería más. Yo ya tenia 15 años, más que suficientes, demasiados para empezar de vuelta. Uno tiene sus mañas. No iba a abandonar, menos aun habiendo encontrado el depósito de comida, la cual racionada me permitiría vivir algún tiempo antes de aventurarse afuera donde cabía la posibilidad de que la puerta se cierre para siempre
Cada tanto, me acostaba en sus piernas que quedaron inmovilizadas en una posición inmejorable. Yo para no molestar no me movía mucho sobre ella. Me extrañó que no volvieran sus hijos, que me hacían juegos tan divertidos, caricias fuertes como las que nos gusta a nosotros y esa extraña manera de hablar. Varias veces durante ese tiempo sonó el timbre, también el teléfono. Supuse que alguien vendría, debía tomar una decisión.
Mi corazón ya no era el de antes, latía sin coordinación , el veterinario había advertido sobre no hacer esfuerzos. El poder de mi dentadura , otrora terror de las cucarachas tampoco estaba óptimo. Empujé el tacho de basura cerquita del sillón, la acrobacia para llegar a la cabecera debería ser perfecta, mis huesos no aguantarìa un golpe desde tal altura. Por suerte para mí el piso llevaba bastante tiempo sin ser encerado, la forma de correr de los cockers se ve muy perjudicada por los pisos resbalosos. Tomé carrera y di el saltito justo para quedar en la cabecera del sillón, golpee un poco la cabeza de la vieja hacia adelante, la boca se le cerró. Ahora solo me quedaba empujar el cuerpo frío hacia el suelo y una vez allí arrastrarlo hasta mi escondite debajo de la cama.  Sin energías por el trabajo terminado, otra noche terrible se avecinaba de la mano de rayos que iluminaban la ventanita. El sonido de llaves que alguna vez me hacía correr hasta la puerta ahora me acercaba más al cuerpo de la vieja, herida levemente por mis dientes y con su ropa mordisqueada por el traslado. Los pasos merodeaban toda la casa, buscaban algo, eran dos.
-Por acà.
La voz inconfundible de los hijos, el ruido de la caja fuerte, los pasos que se alejan, la puerta que se cierra. Nadie volverá, que la vieja no supiera nada me alivia, con lo que los quería, con la cantidad de cosas que tejía sin que nadie las venga a buscar. Me tranquilizò haber tomado la desiciòn correcta, esconderla para mì, ahora ya sabìa que a nadie le importaba como a mì. Al otro día la subí a la cama y prendí la tele con el hocico, estaba la novela. Tape a la vieja y me acurruquè con ella para siempre.

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