Revista Literatura

Colección de vida

Publicado el 26 septiembre 2012 por Sara M. Bernard @saramber
Colección de vida
Dicen que el poeta cubano José Martí es el autor de esa frase vital tan gastada, un hombre para ser completo ha de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Y aunque es la opinión mayoritaria, no me queda más remedio que añadir: otras fuentes dicen que es una enseñanza extraída de un relato de Mujámmad (alabado sea el profeta, no me queméis el blog).
Como sea, y prefiero la versión de Martí, es la típica frase del acervo popular repetida mil veces sin que sirva para nada.

Esconde un principio muy básico de practicidad tan masculina, supongo, no he contrastado con otras féminas, pero es un modo de atenuar el miedo al vacío. Horror vacui. Permanecer tras la Muerte, dejando cosas que estarán ahí cuando tú no estés. Alcanzar la eternidad, a medias.
¿Por qué tanto miedo al vacío, a ver? Excepto el tema de los vástagos, que por desgracia ya quisiera tener unos cuantos pero no llego a fin de mes y es imposible alimentar más bocas, lo otro ya está realizado por partida doble sin encontrar ninguna satisfacción vital en sí. Satisfacción ecológica y estética, de único provecho egoísta, algo que se perderá cuando mi conciencia esté extinguida.
Un manzano y un ciprés crecen por alguna parte. Varios libros descrecen y se pudren en vete tú a saber qué basurero. La cuestión de la permanencia es una tontería, pero ya sabemos que el miedo a lo desconocido articula la psique humana desde hace milenios. 
Frente al horror vacui, he repasado la lista de vida que tenía bien clara a los 20 años. Ya sabéis, todas esas cosas de "no quisiera morirme sin antes haber hecho...". Todo es egoísta. Todo es fútil. Sensaciones y emociones que se disolverán sin mayor relevancia para la humanidad. Dice así:
  • Nadar entre delfines todo el tiempo posible hasta acabar arrugada como una pasa. Tocar su piel gris, mirarles directamente a los ojos, escuchar su lenguaje

  • Tocar un halcón peregrino, un águila real o un águila imperial, aunque fueran ejemplares domesticados por el arte de la cetrería (este es el único realizado)

  • Sentarme en la base de la pirámide de Jufu (Keops para el gran público no-egiptomaníaco) a ver el amanecer sobre la meseta de Guiza. Después, iniciar el trayecto turístico al interior. En un despiste del guía, escaparme a la cámara del Caos (no es muy turística) y quedarme allí, a oscuras o con la iluminación de la pantalla del móvil. Sentir las toneladas de piedra sobre la cabeza en absoluto silencio, durante horas

  • En Benarés, atreverse con un baño en el sagrado Ganges. Santo pero sucio y lleno de bacterias potencialmente patógenas para alguien no acostumbrado como yo

  • Ver el Nanga Parbat y el K-2, aunque sólo fuera desde su base. Lo ideal sería subir, pero a partir de los 3.000 metros de altura (lo máximo que he escalado) se hace complicada la tarea de encender y fumar cigarrillos por la montaña

El problema de todas estas cosas es que incluyen viajes. Viajes para los que hace falta dinero. Dinero que se consigue (legalmente y sin lotería) trabajando. Trabajo que no hay. Bien, muy bien, brillante perspectiva. Sin embargo, aunque sigue ahí toda esta lista, se ha simplificado a los 30. Y se ha cargado de gula, de repente todo son caprichos culinarios. Incluso varios realizables en mi propia cocina. El añadido dice así:
  • Aprender a comer las gambas con cuchillo y tenedor. Se lo vi hacer a una familia cordobesa de interior, una vez, y flipé ante tamaño sacrilegio. Lo intenté pero mis gambas salieron volando. Algún día

  • Aprender a comer con cuchillo y tenedor la comida china/japonesa. Desde que la probé uso palillos. Se me hace raro con cubiertos occidentales y hasta sabe mal

  • Probar el té tibetano, con mantequilla de leche de yak y sal. Una porquería para quien le echa 4 cucharadas de azúcar a un té normal de bolsita y hasta 5 cucharadas al Colacao. Viviendo al límite

  • Aprender las recetas "normales". Lo que viene siendo paella, puchero, croquetas y todo lo demás (excepto la tortilla de patatas que bien, gracias). Es un poco raro que sea una experta en sushi, hummus, tabulé, frijoles y un montón de cosas más, pero no sepa hacer unas simples croquetas de la abuela. Qué exótico todo

  • Comer insectos de los que se estilan en el sureste asiático. Seguro que están más ricos que esa monstruosidad de las ostras frescas que se sirven en cualquier parte de España. Que encima todavía se mueven cuando te las metes en la boca, canibalismo puro. Buargh qué asco, a qué enfermo sexual se le ocurrió que las ostras son afrodisíacas. Tengo que probar un escorpión frito. Algún día

Así de simple todo.El reloj de arena tiene alas, como el logotipo del cementerio aquel. 

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