El sexo entre Marcial y su mujer distaba mucho de ser mínimamente satisfactorio, sobre todo para Lorenza, su esposa, así que halló un modo de equilibrar esa balanza con ciertos juegos...
Marcial ya no era joven, había perdido su potencia y su aguante, no estaba dotado como para tirar cohetes y, para colmo, su esposa era una mujer ardiente.
Así de negras las cosas para nuestro amigo, un buen día decidió buscar remedio a la situación y se lio la manta a la cabeza a la caza de direcciones de locales de ambiente liberal en Madrid. Convencerla para acudir a uno no iba a ser tarea fácil ya que, aunque insatisfecha, Loren no se veía en bolas delante de nadie y menos practicando sexo en medio de ciento y la madre. Finalmente, no sin poner bastantes objeciones a la idea de su esposo, Lorenza accedió.
Y así, aquella noche de sábado, acabaron en una fiesta liberal rodeados de un extraño circo de cuerpos desnudos, aparatos sexuales, desconocidos sonrientes, blancas toallas, camas con dosel y cócteles varios. La sala estaba impregnada de un olor a sexo un tanto rancio que la gerencia del local intentaba camuflar con velas aromáticas y pulverizaciones de esencias de pachuli y vainilla, lo que hacía que aquel explosivo cóctel aromático no ayudara demasiado a meterse en el ambiente para quien tuviese un olfato delicado.
Marcial, nuestro cincuentón, se limitó en principio a contemplar las tórridas escenas orgiásticas que se sucedían en la sala con un whisky en la mano, hasta que se acercó a su mesa una pareja de unos cuarenta. La mujer, en sugerente ropa interior de encaje, medias y liguero sonrió y, en la semiluz de la sala, dejó ver unos dientes bien alineados en su boca. Aunque observo por unos segundos a Marcial, su mirada picante se centró en Loren, que sujetaba un tanto confusa un daikiri mientras daba pequeños sorbos con la pajita e intentaba, sin conseguirlo, no fijar la suya en ninguna juguetona pareja en concreto.
El acompañante, cubierto por una de las impolutas toallas que el local prestaba a la entrada, centró también su atención en Loren, desdeñando a Marcial, quien, con aire de fingida indiferencia, reconoció en su interior que Lorenza estaba muy bien para sus cuarenta y seis y que él parecía su padre y no su esposo.
A pesar de aquel golpe para su autoestima, Marcial abrió la boca y se presentó. Loren hizo lo mismo y sonrió a la pareja con nerviosismo.
Fran y Adela, que así se llamaban los componentes de nuestra pareja de desconocidos, se mostraron cordiales con Marcial. Sin embargo, antes de que estos expusieran sus claras intenciones con respecto a Loren, este prefirió no hacer el ridículo pues se olía (no era necesario ser un lince) que ninguno deseaba jugar con él, confesando que solo había venido a mirar...
Y así, con ese olor, esa semioscuridad, las sonrisas de Loren y sus nuevos amigos, Marcial, cubierto con una blanca toalla, consiguió alcanzar el estado de semi erección, suficiente para que, entrando en modo contemplativo, aquella nueva situación para el matrimonio pudiera ser satisfactoria para los dos.
Y, mientras Loren disfrutaba de practicar sexo en trío, fantasía que solo algunos hacen realidad; Marcial llegó al clímax en un pis pas, una mano en el whisky y la otra...
Así podría haber acabado esta historia, con un colorín colorado y todos comiendo perdices. Sin embargo, y como la realidad siempre supera la ficción, lo que en realidad sucedió después fue que, como nuestro protagonista no solo era un mal amante, sino un idiota redomado que quería retener en casa a su mujer con eso del amor es sacrificio..., no pudo devolver a Lorenza al estado de esposa sacrificada y esta, que había conocido las mieles de lo que podía tener más allá de las paredes de su dormitorio, se fue a vivir la vida loca, como cantaba Ricky Martin y en ese "living...", conoció a un amante liberal, activo y muy bien dotado que le dio lo suyo y lo que no le dio Marcial.
Y ahora sí, colorín colorado...