No podríamos plantear actualmente la vida urbana, y creo que la rural tampoco, sin la existencia de comercios, algo que pareciera que, en parte al menos, un tanto exagerado, pero así es, si incluimos los establecimientos de hostelería.
Pero en los últimos tiempos el comercio no es lo que una vez fue, se ha desbordado, no se sabe bien por qué motivo, si por impulsos de frenesí consumista del comprador, y su demanda, o por la avaricia de alguna junta de accionistas del sector. Lo que está claro es que actualmente todo funciona como una cadena de montaje, de forma maquinal, comprando como autómatas. Coger, y pagar. Los antiguos ultramarinos, aquellos establecimientos que, además de avituallar hogares, servían de centros de tertulia y reunión, con un cálido ambiente en el que uno se sentía como en una especie de extensión de la propia casa de cada uno, se han ido sustituyendo por enormes locales asépticos y despersonalizados, una, repito, cadena de montaje de la compra, en la que impera a veces, una hiriente frialdad, y en la que se puede observar como prima la rapidez por encima de todo, a costa de los empleados del mismo establecimiento, que deben forzarse al máximo.
Son las cosas curiosas que uno observa las pocas ocasiones en las que hace alguna compra en uno de esos megalomaniacos locales, en los que los esforzados empleados reciben un trato y una carga de trabajo, que recuerda a los recolectores de algodón de otros tiempos, además de las señoras que se te intentan colar porque tienen mucha prisa por ir a su casa a ver la tele, exhibiendo su tercera edad como carta blanca para todo. Sin olvidar la peculiar manía que tiene todo el mundo de pegársete detrás, un poco de espacio vital, por favor.
Todas esas cosas que hacen de tu compra en grandes almacenes una experiencia de película, no se si decir de miedo, o de risa. En fin, por suerte, el pequeño comercio aún no ha desaparecido, y no sólo creo que no llegará a desaparecer, sino que creo que el comercio del futuro es ese, y no los grandes almacenes. La clave es la especialización. En el pequeño comercio es el punto fuerte, conocen en profundidad el artículo con el que trabajan, a diferencia de los otros, porque no todo es acaparar proveedores ni productos. En el corte inglés tienen tanto, que ni saben que es cada cosa, ni sus funciones, y en la sección de libros, la ignorancia es ya insultante, apenas dos tres autores de moda, y para de contar.
Esas son las cosas que inducen a pensar que el futuro es el pequeño comercio, que sabe tratarte y da confianza y garantías reales, a diferencia de los grandes, gigantes con los pies de barro, que muerden más de lo que pueden masticar, lo que les traerá consecuencias.