Mis compañeros hoy eran atacados por una ira enferma traducida en trajín de cajas de mudanza y bolsas de desechos fungibles apilados durante diez o más años.
Pero lo peor es lo de los cuadros. Ayer mi amiga Maricarmen y yo volvíamos de comer y nos quedábamos paradas en la entrada. Y es que faltaba algo. La mano de Josemanuel, alargada como la sombra del ciprés aquel, había acabado con los cuadros; las paredes estaban desnudas. Echábamos de menos la presencia en la que no habíamos caído hasta que ya no estaba.
Como en la vida real.
¿Cuántas cajas de mudanza seremos capaces de llenar en el colegio estos días?