Cierto. Ella lanzaba el primer grititio alegre de aviso, como si fueran vecinas en visita inesperada. Allí estaban de nuevo, caminando con el calor y aventurándose a atravesar por el hueco de la puerta, debajo de la alfombra de la entrada, bordeando sutilmente el zapatero y correteando rápido y en perfecta hilera debajo de la encimera.
Volvían con el final de junio, dispuestas y encabezonadas a colonizar mi cocina. Pero no sabían que esta vez las estaba esperando, armada con pimienta molida, hojas de laurel, polvos de talco y batería pesada en forma de trampas y venenos.