Uno de los problemas que nos podemos encontrar cuando construimos una historia, un recuerdo que es excesivamente largo, es la necesidad de ir modificando el estado de los elementos presentes en esa historia según van apareciendo datos nuevos en la narración.
En principio parece que los sujetos podemos seguir 2 alternativas. Una, es posible que cuando aparece algún dato relevante para cualquier elemento de la narración que modifica su estado, nosotros actualizamos el estado de ese elemento.
Por ejemplo, si en el relato de la historia el protagonista, mi primo Javier, abandonó el salón en que estábamos todos tras despedirse ¡adiós! ¡hasta la próxima!, es evidente que cambiaremos el estado del protagonista ya que no lo podemos imaginar pues, ya no está presente en la historia.
Según algunos estudios se ha demostrado que solo actualizamos la información para ponerla en situación si lo necesitamos para mantener la coherencia de la historia a recordar.
En uno de estos estudios se presentó a varios participantes unas narraciones cortas en las que aparecía una protagonista, Julia, una mínima descripción de dos localizaciones (su casa y su jardín) con determinados objetos en ellas (unos jarrones en casa y geranios en el jardín) y la referencia a un movimiento de Julia de un lugar a otro, de la casa al jardín.
Es importante señalar que el movimiento de Julia cambia su relación espacial de esta con los objetos (si está en la casa está cerca de los jarrones y si está en el jardín está cerca de los geranios).
El resultado del estudio informaba de que si se preguntaba por geranios cuando Julia estaba en el salón la información no se recordaba tan fácilmente como si se preguntaba por jarrones cuando ella estaba en el salón, es decir que actualizamos más fácilmente la información si resulta coherente con nuestro recuerdo y con el estado situacional del mismo.