Cómo atrapar a un lector: 1. narrar con naturalidad

Publicado el 21 febrero 2020 por David Rubio Sánchez

   Lo reconozco, cuando lo primero que alguien me comenta de una película es algo así como «¡Qué fotografía más bonita!» lo que me viene a la cabeza es «¡Vaya tostón debe ser!». Algo parecido me ocurre cuando me hablan de una novela y me dicen «¡Está muy bien escrita!»    Y no es que sea malo que la película tenga un excelente fotografía ni, por supuesto, que la novela esté muy bien escrita, lo que sucede es que cuando hablamos de ficción yo espero que prime la historia sobre los aspectos formales, sumergirme en su trama hasta el punto de que me pase desapercibido el hecho de que alguien me la está contando.    Para conseguir ese efecto soñado quien escribe tiene dos campos de batalla: la propia historia, con sus personajes, sus giros, sus núcleos y sus acontecimientos; y la narración empleada por el autor para contárnosla.    En esta serie de cuatro entregas os hablaré de lo segundo, de la diferencia entre Narrar y Escribir bonito. Algo que solo comprendí cuando cayó en mis manos un manual de escritura único.

LA PRÁCTICA DEL RELATO de Ángel Zapata


   Cada año se publican un montón de libros sobre el arte de escribir, por no hablar de los blogs literarios. Es bueno echarles un ojo. Por supuesto, ninguno nos convertirá en superescritores solo con su lectura, pero a fuerza de leer sobre Narrativa hay una serie de conceptos que poco a poco vamos interiorizando y aplicando a nuestras historias. Es como las normas de ortografía y gramática, ¿verdad que mientras escribimos no andamos repasándolas a cada palabra o frase? Es algo que cuando está aprendido aplicamos sin darnos cuenta.    De todos esos libros, hay uno cuya lectura no es que os la recomiende, es que casi os la ordeno: LA PRÁCTICA DEL RELATO del profesor Ángel Zapata.    No es casualidad la inclusión del término «práctica» en el título. La gran virtud de este libro es que, en un tono conversacional, como si estuviéramos tomando un café con el autor, nos muestra con ejemplos prácticos las características que diferencian una buena narración de una buena redacción.    Para este autor, el estilo narrativo perfecto es aquel que reúne cuatro cualidades básicas:
              • NATURALIDAD
              • VISIBILIDAD 
              • CONTINUIDAD 
              • PERSONALIDAD
    Comencemos con la Naturalidad.

CÓMO NARRAR CON NATURALIDAD

EL EXCESO DE LITERATURA ES MALO

¿¡Cómorrrrr!? 

   Tranquilidad. Cuando Ángel Zapata habla del exceso de literatura se está refiriendo a las ansias por demostrar lo bien que escribimos, nuestro exquisito dominio de la sintaxis, de las figuras retóricas… ¡Que para eso somos escritores! ¿No?    Pues no. El lector que decide abrir un libro de ficción puede buscar muchas cosas, pero por encima de todo una: leer una historia. El trabajo del escritor es hacérselo fácil, evitarle todo el ruido que pueda interferir el momento mágico en el que  se sumerge en la historia y los personajes, olvidándose de todo lo que le rodea: del móvil, de las redes sociales, de ese puñetero cliente o jefe que le ha amargado el día en su trabajo...   Zapata nos avisa de que uno de los errores más comunes es confundir el estilo literario con una manera vaga y artificial de narrar «dotando a sus historias de un estilo artificioso». En esa creencia, el escritor se arma de un buen número de recursos «caducos, amanerados y de un vocabulario altisonante», con los que considera que escribe bonito, pero que el lector percibe, simplemente, como que escribe raro.    El problema de utilizar un estilo artificioso es que puede resultar sospechoso. Si el autor se adorna con las palabras, con imágenes hermosas pero puramente estéticas, puede significar que, en realidad, no hay una mucha historia tras esos fuegos de artificio. Y si eso sucede, el lector puede considerar que en realidad no le estás contando una historia, sino fingiendo que se la cuentas.
¿Un ejemplo?
  A ver si consigo mostrar la diferencia entre algo artificioso y algo natural con estos dos textos. La escena es la misma en las dos versiones: un anciano sentado en el sofá de su casa, casi a oscuras, esperando una llamada de teléfono. El sentido de esa llamada queda a gusto del consumidor.
  Primera versión:
Aquella tarde fría y otoñal, en la que los naranjos que engalanaban las calles mostraban un verdor opaco en su ralo follaje, fue recibida por Juan en su casa, como los nenúfares en flor cuando son posados por gráciles mariposas. La luz grisácea de ese atardecer se filtraba a través de los intersticios de la persiana como una plúmbea y quebrada niebla mientras aquel anciano permanecía absorto en sus pensamientos, cual escultura de marfil mirando un horizonte de estrellas. Entonces, el teléfono sonó como un estallido estremecedor que rasgara las etéreas fibras de su universo.
    No diréis que no me lo he currado, ¿eh? Inicio el texto con voz pasiva, hablo de naranjos y nenúfares… Y ¿cómo se os ha quedado el cuerpo al leer «intersticios»? Por no hablar de la «plúmbea y quebrada niebla» ¿Y las comparaciones? Chulas, ¿eh? Y todo ello finalizado con un impactante «estallido estremecedor». ¡Menudo escrito! ¿Os imagináis leyendo páginas y páginas de una historia narrada así?   Yo no.   Está escrito bonito, pero en realidad no incide en lo importante. La escena es la de alguien sentado en el sofá, a oscuras, esperando una llamada. ¿En serio es necesario hablar de naranjos y nenúfares? Con tanto artificio, el protagonista pasa hasta desapercibido. El lector asiste, abrumado, a una sucesión de detalles intrascendentes que le habrán obligado a leerlo dos veces si es generoso. Si no,  habrá volado a Netflix.
  Segunda versión:
El anciano observó el teléfono de la mesita. Después, el reloj. La escasa luz que las rendijas de la persiana dejaban pasar y su vista cansada no le permitieron distinguir las manecillas. Tampoco importaba demasiado. ¿O sí? Se miró la mano derecha que descansaba sobre su muslo derecho. Echó la cabeza hacia atrás antes de dar otro vistazo a ese aparato que permanecía silencioso. Volvió la vista hacia su mano izquierda que reposaba en el muslo correspondiente, se fijó en las arrugas que rodeaban su anillo de bodas. Fue entonces que el teléfono sonó.
   No hay ninguna palabra que un lector medio necesite buscar en el diccionario. Ni comparaciones estéticas, ni plúmbeas y quebradas nieblas. Solo el personaje y sus acciones. Lo estamos viendo, conociendo con la lectura. Esta sentado, a oscuras. Esa imagen ya es inquietante. ¿Hace falta adornarla más? Está, mano sobre mano, esperando una llamada, por eso aparecen solo dos objetos: el reloj y el teléfono. Y también una anillo de boda, ¿tendrá relación con la llamada? 

NARRAR ES QUE EL LECTOR NO SE DÉ CUENTA DE LO BIEN ESCRITA QUE ESTÁ LA HISTORIA

  Ahí tenéis una de esas frases que pienso que debemos grabarnos a fuego sobre nuestra piel de escritor. Lo importante en un relato o novela es la historia y, aún más, conseguir que el lector se involucre de tal manera que renuncie a las millones de distracciones que la época actual ofrece para llenar su tiempo de ocio.   Como dice Zapata: «La naturalidad es narrar como si estuviéramos contándola de viva voz. Transmitiendo en todo momento el estado de ánimo de los protagonistas de la historia». Para ello debemos utilizar palabras, por supuesto. Pero siempre como herramientas, no como un fin en sí mismas. Solo de esa manera conseguiremos la suspensión de la incredulidad.   Y para ello debemos partir de algo básico: la claridad.

  Para lograrla nos propone cinco reglas, tan evidentes como sencillas de seguir:
  1. Escribe como si estuvieras conversando, con un tono próximo y directo.
  2. Utiliza un vocabulario usual.
  3. Cuídate de abusar de los adornos retóricos.
  4. Usa frases cortas.
  5. Subraya emocionalmente algún dato significativo para conseguir la empatía del receptor.
  Si recordáis la Receta del Suspense de Patricia Highsmith que publicamos en EL TINTERO DE ORO MAGAZINE Nº 5 caeréis en la cuenta de que coinciden un pelín. Y en el próximo número de nuestra revista digital comprobaréis que George Orwell también es de este club.
  Pero no solo basta con la claridad...

LAS CUATRO FORMAS DE NARRAR QUE PUEDEN ARRUINAR TU HISTORIA

  Uno puede escribir de manera clara, pero aún y así caer en unos estilos muy concretos que se alejan de ese tono conversacional que consigue que el lector quede atrapado en la historia tal y como queremos que lo haga: viviendo en su cabeza la historia que está leyendo sin darse cuenta de que está leyendo.  Raro será que alguno de los que escribimos no hayamos caído de lleno en alguno de estos cuatro que propone Ángel Zapata. Luego me contáis.

EL ESTILO FORMAL


  Este estilo es muy recomendable en ensayos, informes técnicos o en textos divulgativos. Sí bien, los mejores divulgadores de conocimiento suelen huir de él. Si habéis leído algún libro de Carl Sagan sabréis a lo que me refiero. El estilo formal es aquel que presenta una narración impecable, ordenada, nítida y limpia como la famosa patena del cuartel militar. Es todo eso, y también impersonal. 
¿Otro ejemplo?   En este caso la escena es la de un tipo que se encuentra en su puesto de trabajo en una empresa que esta atravesando una época de crisis.
Primera versión: 
Juan se encontraba frente al ordenador consultando los balances del último mes. La crisis económica había afectado de manera considerable los resultados de la empresa. Eso había provocado una serie de despidos, como se podía comprobar observando las mesas vacías de aquella séptima planta del edificio situado en pleno centro de la ciudad. Sonó el teléfono y Juan contestó con premura al observar en la pantalla que se trataba de su jefe.
  El texto nos muestra dónde se encuentra Juan, que la empresa atraviesa dificultades económicas y que el despido ronda por aquella oficina. Creo que la narración es clara y las frases bien estructuradas. Pero…
Segunda versión:
  Ayer fue Marcos, se decía Juan mientras observaba los balances que mostraba el ordenador. Levantó la vista por encima de la pantalla. Las mesas que lindaban con la suya estaban vacías. ¿Dónde se había ido el murmullo de otros tiempos? Tampoco olía a café. Y eso que su puesto estaba cerca del pasillo donde se encontraba la máquina. Antes de ayer fue María. Se reclinó en el asiento, el ligero sonido al correr la silla resonó en la oficina como si estuviera en una biblioteca.
  Sonó el teléfono. Era su jefe.
  Descolgó. Sentía la boca seca.
  —Dígame.
  —Hola, Juan, ¿qué tal va todo? ¿Puedes venir un momento a mi despacho?
  Ha dicho un momento, se dijo al levantarse.
  Nada más que un momento, se repetía de camino al despacho. 
 La escena es la misma. Sin embargo, creo que lo que transmite el texto no. Existen notas emocionales que se centran en las mesas vacías, el silencio, la ausencia del olor a café que induce a pensar en que ya nadie se reúne allí para charlar, esas repeticiones rumiantes en la cabeza de Juan…

EL ESTILO ENFÁTICO 


  Este estilo se opone al formal. Si aquel narra desde la lejanía, este parece «contar la historia a voces». Para Zapata, quienes narran de esta manera son grandes escritores en ciernes, tienen una gran riqueza de vocabulario y un excelente don para la construcción de frases. Suelen tener, además, una excelente capacidad para la observación de los detalles. ¿Qué falla entonces? Las revoluciones del ritmo narrativo. Como dice: «El énfasis satura y hace perder la verosimilitud del texto.» 
  ¿Un ejemplo? Fijaos en el siguiente texto, cuya autoría prefiero mantener de momento en secreto: 
Fue en una de las enormes y tenebrosas estancias de aquella torre que aún se mantenía erguida donde yo, Antonio, él último de los desdichados y malditos condes de C., vi por primera vez la luz del día, hace ahora noventa largos años. Dentro de esos muros, entre bosques tenebrosos y sombríos, rodeado de quebradas ásperas y grutas que se abrían en la falda de la colina, pasé los primeros años de mi atormentada existencia. (1) 
  Bueno, desde luego el tipo escribe de narices. Pero siendo ese uno de los párrafos iniciales, ¿cómo va a conseguir que me entre más miedo en el resto del relato? ¡Ya me ha puesto de los nervios con esas estancias y bosques tenebrosos; atormentadas existencias; y seres desdichados y malditos! Si comenzamos a doscientos por cien en intensidad ¿no corremos el riesgo de que el lector se canse y lejos de percibir terror comience a tomárselo a broma?   La intensidad es una impresión de conjunto, no la suma apabullante de frases y acciones que parecen abocarnos al fin de los tiempos en cada punto y seguido. Si todo se realza y exagera, si no damos un instante de sosiego, es un continuo colapso que terminará cansando al lector.  Para evitarlo, propone reducir esa intensidad a instantes puntuales. Utilizar los contrastes de secuencias tensas y distendidas. Párrafos tranquilos y cargados, frases rotundas y de transición.

EL ESTILO RETÓRICO 


  Este es quizá el estilo que más se aleja de la naturalidad. Zapata lo define como aquel que vuelve ilegibles a los textos con su sintaxis laboriosa, metáfora decorativa y vocabulario extrañado. Quizá el que más recuerda a aquello de fingir que se está contando. Normalmente, este es el estilo que suele recibir comentarios del siguiente tenor «¡Qué hermosura! ¡Qué bellamente escrito!» Pero, sin la menor referencia al fondo de la historia porque, sencillamente, suele no entenderse.   Como ejemplo, Zapata propone este texto de un autor al que todos hemos leído y admirado: 
Hace ya más de medio siglo que un paisano porteño, jinete de un caballo color de aurora y como engrandecido por el brillo de su apero chapiao, se apeó contra una de las toscas del bajo y vio salir de las leoninas aguas a un oscuros jinete llamado solamente Anastasio el Pollo, y que fue tal vez su vecino en el antiyer de ese ayer. Se abrazaron entrambos y el overo rosao del uno se rascó una oreja en la clin del pingo del otro, gesto que fue la selladura y reflejo del abrazo de sus patrones. (2) 
  Puff… y son seis líneas solamente. Como en textos anteriores, se aprecia unas dotes y un portentoso dominio del lenguaje ¿pero es necesaria tanta parafernalia sintáctica? ¿Cuánto tiempo aguantará el lector sin mirar su móvil?    Sin embargo, ese mismo autor, es capaz de escribir años más tarde esta obra maestra: 
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. (3)
  La diferencia es notable, es la que separa un texto artificioso de una obra maestra. Ha desaparecido el amaneramiento de las frases, mostrándose una imagen más poderosa que cualquiera «aguas leoninas», la de un simple cartel publicitario que se cambia y que Beatriz ya no podrá ver. El primer hecho que llevará al olvido su existencia: «el universo ya se apartaba de ella».

EL ESTILO ASERTIVO 

  Este estilo sería más como una clase magistral, un discurso impartido por el autor ante el que el lector solo está invitado a asentir como un alumno en un colegio. Es un estilo basado en la afirmación. Sin dudas, sin reticencias, sin ironía ni amargura. Los hechos se narran de una manera mecánica e impersonal.   Es todo lo contrario a conversar. La gente no conversa a base de sentencias o dogmas, sino mediante afirmaciones relativas, dudas y reservas.   La manera de conseguirlo es utilizando MODALIZADORES que resten rotundidad al texto, compensando afirmaciones con dudas y reservas. Os dejo una pequeña lista: 
Al parecer; si bien; algo falto; un poco; por lo que recuerdo; por no decir; tal vez; casi; quizá; algunas veces; en cierto modo; algo; un poco; en parte; podrían ser; hasta donde yo sé. 
  ¡Otro ejemplo!  En esta ocasión, la escena es la de un hombre obsesionado con una dentadura perfecta, preparándose para una cita amorosa. 
Primera versión 
Juan era sabedor de que la mejor manera para impresionar a una chica era mostrando su dentadura perfecta. Sabía muy bien que la sociedad actual prima la estética sobre el fondo y que las personas se dejan llevar por los cánones impuestos por la televisión. Era por ello que cada semana acudía al dentista para que le hiciera una limpieza bucal. Aquella semana fue agobiante en el trabajo y se olvidó de reservar hora. Así que decidió lavarse cinco veces los dientes antes de quedar con Susana. 

  Las frases resaltadas en negrita bien podrían ser eslóganes de cualquier campaña publicitaria. Son afirmaciones que el narrador impone al lector. ¿Y si el lector no lo comparte? No existen dudas, el personaje se presenta casi como una excusa para justificar las convicciones del narrador. 
Segunda versión 
Se decidió por lavarse los dientes, otra vez. La quinta en dos horas. Tal vez con eso sería suficiente y Susana se quedaría prendada de su sonrisa. Esa chica le gustaba de verdad, ¿cómo pudo olvidarse de pedir cita con el dentista? Quizá ella no fuera como las otras, pero no podía arriesgarse. ¿O sí? ¡Maldito trabajo agobiante!, se dijo mientras echaba de nuevo el dentífrico sobre el cepillo de dientes. 
   El uso de los modalizadores, de las preguntas, obliga al narrador a atemperar sus afirmaciones consiguiendo que el protagonista se realce con la duda. Todos dudamos y nos encanta ver a otros pasar por esos trances. Con ello, tal vez despertemos en el lector algún interés por la dentadura de Juan.
   Y esto es todo por hoy. Por supuesto, en narrativa no existen leyes o dogmas. Tampoco los lectores son todos iguales y sus gustos pueden ser más cercanos a unos estilos que a otros. Y, por supuesto, cada autor tiene la libertad de elegir su propio estilo, pero siempre desde el conocimiento, no desde la ignorancia.  ¡Ah! Casi se me olvida revelar la identidad de los autores anónimos de los ejemplos que no eran de un servidor (1) H.P. LOVECRAFT El alquimista; (2) JORGE LUIS BORGES El tamaño de mi esperanza; y (3) JORGE LUIS BORGES El Aleph.
   En un mes, echaremos un vistazo a otra cualidad básica de la Narración: La Visibilidad.
¡Saludos tinteros!
Nota: Esta entrada fue publicada por primera vez en mi blog Relatos en su Tinta, el 16 de marzo de 2017.