Revista Literatura

Cómo atrapar a un lector: 2. narrar con visibilidad

Publicado el 20 marzo 2020 por David Rubio Sánchez
CÓMO ATRAPAR A UN LECTOR: 2. NARRAR CON VISIBILIDAD
   Creo que me daréis la razón en que para un escritor —o aspirante a ello— lo segundo que produce mayor satisfacción es conseguir que el lector permanezca pegado a nuestro libro o relato. Podría estar escuchando música; o viendo la televisión; tal vez un vídeo de YouTube; o paseando; tomándose algo en un bar. Pero está ahí, sin poder apartar la vista de las líneas que has escrito.   He dicho lo segundo, a lo mejor os preguntaréis qué es lo primero. Os lo digo al final del post, y estoy convencido de que me daréis la razón.   El mes pasado mencionamos los cuatro pilares que, según el libro de Ángel Zapata, La práctica del relato, nos permitirán atrapar a los lectores: Naturalidad, Visibilidad, Continuidad y Personalidad. En Cómo atrapar a un lector sin necesidad de apuntarle con un revólver hablamos de la Naturalidad. Este mes toca la... 

LA VISIBILIDAD DE NUESTRA NARRACIÓN


CÓMO ATRAPAR A UN LECTOR: 2. NARRAR CON VISIBILIDAD

Dibujillo propio

  Si os digo que visibilidad es la capacidad de ser visto seguro que ya me estaréis calificando de Perogrullo, y con razón. Pero también es verdad que en ocasiones perdemos de vista lo evidente por parecernos demasiado obvio como para considerarlo importante. 
  Cuando leemos algo que nos emociona, olvidamos el reloj, el móvil, el ruido que nos rodea, ¿qué es lo que está pasando en nuestra cabeza? Nada menos que nos hemos transportado al mundo ficticio que nos ha propuesto el autor. Estamos VIENDO y VIVIENDO junto a los personajes observando cómo se mueven, cómo sirven el té, cómo se besan, cómo miran, cómo aprietan el puño mientras tratan de poner buena cara. 
  Algo que se ha convertido casi en un tópico es considerar que siempre es mejor una novela que la película que la haya adaptado. ¡El libro es mucho mejor! ¡Se han dejado un montón de cosas! ¡Así no es el personaje! En ocasiones es con razón, pero muchas menos de lo que pensamos. ¿Qué sucede? Es sencillo, alguien se ha atrevido a robarnos las imágenes que habíamos creado en nuestra mente al leer la novela, nos ha cambiado el aspecto que habíamos imaginado de los personajes, de las escenas. Y eso nos produce cierta repulsa, como cuando escuchamos una versión distinta de nuestra canción favorita.

  CÓMO CONSEGUIR QUE NUESTRO TEXTO SEA VISUAL

  ¿Qué tal comenzar con un ejemplo? Os propongo este texto:
Era un tipo detestable, egoísta, le gustaba humillar a los demás, sentirse superior. Sin duda era alguien al que había que guardar el aire, que carecía de empatía. De esas personas con las que mejor no cruzarse, orgullosas, presuntuosas, encantadas de haberse conocido; incapaces de comprender el dolor ajeno o lo que es peor: disfrutando con él.
  ¿Qué tal? Vale, desde luego nos ha quedado claro que con ese tipo no nos tomaríamos un café, ¿pero habéis tenido la sensación de estar a su lado? ¿Seríais capaces de recordar, ahora mismo, cada una de las malas características de su personalidad? Seguramente, no. Solo os habrás quedado la vaga idea de que es una mala persona.
  Vamos a intentar ahora que ese personaje cobre vida en nuestra mente:
Cuando iba a encender un cigarrillo, observó a un mendigo que se encontraba sentado en el tranco de un comercio, envuelto en mantas y cartones. Sonrió. Se guardó el paquete en el bolsillo de su americana y se dirigió hacia él. Al llegar a su altura se detuvo. Esperó a que lo mirará para meter la mano en el bolsillo sin apartar la vista de esos ojos que seguían sus movimientos con una mirada de agradecimiento por la previsible limosna. Fue entonces que sacó el paquete de tabaco y, lentamente, extrajo un pitillo. Se lo llevó a la boca y lo encendió mientras el rostro del mendigo mudaba a una expresión de desconcierto. Exhaló una profunda bocanada y le guiñó un ojo antes de darse la vuelta.
   ¡Menudo tipejo, eh! Desde luego es egoísta, disfruta humillando al prójimo, es incapaz de comprender el dolor ajeno… Pero a diferencia del texto anterior lo hemos visto, su acción se ha desarrollado en nuestra cabeza como una película. Si alguien nos preguntara cómo es, lo que nos vendría a la cabeza es su sonrisa mientras hacía creer a un pobre mendigo que le iba a dar una limosna.
   Mostrar, no explicar. Esa es de las pocas verdades verdaderas en esto de la narrativa. Es la única manera de que el lector se olvide que está leyendo y se sumerja en el universo ficcional de la historia. Si volvemos al ejemplo, en su primera versión solo leemos una lista de rasgos de personalidad. Con la segunda, provocamos en el lector una reacción. El acto del personaje basta para definirlo y esa impresión será la que acompañe al lector el resto del relato bien amarrada a su memoria. Eso será una ventaja tremenda para que, si más adelante le damos un giro, podamos provocar algo así como cuando un conocido hace algo que se sale de la imagen que nos hemos hecho de él. Eso nos descoloca, nos hace preguntarnos cosas, y eso es algo muy bueno. 
CÓMO ATRAPAR A UN LECTOR: 2. NARRAR CON VISIBILIDAD
  Por supuesto, las acciones que se muestren deben ser una traducción visual de lo que queremos decir. Si queremos presentar a ese tipo con esas características, la acción, en este caso humillar al mendigo, debe ser acorde con ello. Volviendo a nuestro cabroncete, imaginad que para visualizar su personalidad utilizáramos, simplemente, la imagen del tipo pasando junto al mendigo sin dirigirle ni una mirada. Esa sería una acción que podría interpretarse de mil maneras, es un despistado, un orgulloso, pero no retrataría al personaje que queremos mostrar.

 LAS HERRAMIENTAS PARA HACER VISIBLE NUESTRO RELATO

Sales de casa. Cruzas la calle, hay bastante gente. Es sábado y los comercios están a rebosar. Pasas por la plaza. Unos chorros de agua suben y bajan en la fuente del centro. Los observan, desde los bancos, los ancianos que cuidan de sus nietos. Te paras frente al semáforo rojo, aunque te das cuenta de que eres el único que lo ha hecho. Cuando cambia a verde, cruzas. Visualizas el quiosco. Al lado de la entrada hay una máquina expendedora de chuches y un cocodrilo azul que funciona con monedas. Entras. Te diriges a la estantería donde se encuentran los comics. Coges uno de Alan Moore, Wachtmen. Lo abres. Ves viñetas y, en ellas, los dibujos de cosas concretas y tangibles: un tipo con gabardina y sombrero, un armario, una cama. El tipo coge una percha y la deforma para convertirla en una especie de vara. Con ella mide el fondo del armario, algo no le cuadra… 
  Vale, vale… ya paro. 
  En este corto paseo podemos comprobar que: 
  • Predominan las cosas tangibles, que se pueden ver y tocar, respecto a las ideas mucho más opacas para el lector. Ejemplo rápido, intentad visualizar el Amor. Difícil, ¿eh? Ahora visualizad una pareja besándose...
  • Se muestran acciones concretas y para ello predominan los verbos de acción sobre los abstractos. ¿Otro ejemplo rápido? Imaginad un tipo que comprende. ¿Nada? Vale, ahora a un tipo que asiente con la cabeza... Hablando de verbos abstractos y de acción os recomiendo que echéis un vistazo a estos dos artículos. 
   No he podido resistirme a mencionar en ese texto un cómic de Alan Moore. Y es que creo que es muy recomendable añadir el llamado arte secuencial a nuestra lista de lecturas. Se puede aprender muchísimo de la manera con la que en los cómics se utilizan las viñetas para contar historias. Quien escriba debe dibujar con palabras. Pero el concepto es el mismo. 
   Por supuesto, y más en una novela, deberemos incluir partes abstractas y algunas explicaciones. Pero es conveniente que antes anclemos al lector haciendo visible la escena y el contexto. En el ejemplo del tipo y el mendigo, una vez visualizada la escena, el lector nos diría algo así como: "De acuerdo, ya he visto lo que ha hecho ese personaje con el mendigo. Ahora, cuéntame quién es y qué piensa."
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   Bueno, entonces para que nuestro texto sea visible al lector necesitamos cosas concretas y verbos de acción. ¿Ya está? Casi. Venga, un ejercicio rápido. ¿Recordáis al menos tres acciones de nuestro paseo? ¿No? Tranquilos, es normal. En ese paseo nos faltaban unos…

¡ENORMES COCODRILOS!

  Cuando escribimos, en ocasiones somos muy ordenaditos. Nos gusta ir paso a paso y por ello comenzamos con una descripción exhaustiva de las condiciones climáticas y ambientales, seguidas de una minuciosa descripción del personaje para, a continuación, comenzar con la historia.
  Esto tiene un problema. Aunque las descripciones fueran visibles, para quienes como yo tenemos muy mala memoria es muy posible que cuando comienza la acción del relato apenas recordemos nada de lo que nos ha descrito el autor hasta ese momento. 
  Salvo que en esas descripciones hayamos incluido un cocodrilo.
  David, ¿qué te has fumado? Tranquilos, esto tiene su explicación. 
 Para conseguir que nuestros textos sean VISIBLES no basta con mostrar a nuestros personajes haciendo cosas. Necesitamos algo más dado que nuestro cerebro es bastante perezoso. ¿Habéis oído aquello de que el mejor escondite es dejar el objeto valioso a la vista de todo el mundo? Hace años leí un relato en el que el objeto deseado se encontraba sobre la mesa del despacho de la víctima, a la vista de todos. Creo que era un relato de Poe, pero no estoy seguro. 
  ¿Y esto a qué se debe? Como os he dicho, nuestro cerebro, con todas sus virtudes es también un poco perezoso. Y caprichoso.
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   Como dice Ángel Zapata: LO PREVISIBLE NO ES VISIBLE. En la historia que os comenté, la del objeto en el despacho, (Ahora lo recuerdo. Es una novela de Ellery Queen, El cadáver fugitivo) esperábamos que ese objeto valioso estuviera escondido tras un doble fondo de armario, por eso no lo veíamos encima de la mesa del despacho. 
  Si las imágenes que visualizamos al leer son usuales o previsibles —o responden a nuestra idea de lo cotidiano—, nuestro cerebro desconecta. Da por sabida la información que está recibiendo, pierde el interés, y es cuando se produce la lectura vertical, aquella en la que leemos de arriba abajo, localizando palabras sueltas en cada línea, a la espera de algo que nos llame la atención. Y si eso no se produce en un tiempo razonable, ¿cuánto tardará el lector en cerrar el libro? 
  Toda historia gana si ocurre lo contrario a lo que se espera. Debemos intentar llenar nuestro texto de detalles peculiares, imprevistos que abran pequeñas intrigas. Zapata se vale de la imagen de un cocodrilo roncando en una cama. Lo que nos propone con ello es que observemos la realidad con ojos de escritor. Escribir es una cuestión de detalle. Nuestros personajes, objetos, acciones y escenarios deben ser únicos. HUYAMOS DE LO PREVISIBLE.
  ¡Vamos con un ejemplo!
Juan abrió los ojos y, tras desperezarse, se incorporó. Se dirigió a la ventana para abrir la persiana. Hacia sol. Se calzó las zapatillas. Fue al lavabo. Tras lavarse la cara cogió el dentífrico y el cepillo de dientes. Cuando terminó se enjuagó la boca. Apagó la luz del cuarto de baño. Cruzó el pasillo hasta llegar a la cocina y buscó el tarro de café soluble. Cuando vertió el café y el azúcar, introdujo la taza en el microondas. Esperó a que se calentara. Al escuchar el pitido la sacó y se sentó a la mesa. Sopló un poco sobre el líquido negro antes de bebérselo. Después regresó al dormitorio para hacer la cama y vestirse. 
  Es un texto bastante visual, en todo momento el personaje está haciendo algo, pero todo es absolutamente normal. Es muy posible que tras leer las primeras dos líneas la lectura se vuelva vertical, buscando el momento en el que aparezca algo que llame la atención. Pero no lo hay. Nuestro cerebro constata que no sucede nada distinto a lo que ya tiene guardado en el encéfalo. Y por tanto, la escena se hace invisible. 
 ¿Y ahora? 
Juan abrió los ojos y contempló el cocodrilo que lo observaba. Sonriente. Con sus ojos de reptil haciéndole chiribitas. Necesitaba sin duda un café. Se incorporó y se dirigió a la ventana para subir la persiana. Observó el reflejo del sol sobre su piel verdosa y las garras de sus patas haciendo círculos sobre las sábanas de raso. Se dirigió al lavabo. Tras cepillarse los dientes marchó a la cocina. Se tomó un café bien cargado. La sorpresa se produjo cuando regresó al dormitorio y comprobó que el cocodrilo seguía allí. Sonriente. Sobre su cama. 

  Metafórico o no, la imagen del cocodrilo es suficientemente extraña como para evitar que nuestro cerebro y ojos se aparten, aunque solo sea un segundo, del texto. ¿Habéis visto a ese cocodrilo? ¿Ha hecho falta describir el dormitorio o detenerse demasiado en las acciones cotidianas? No, de eso ya se encarga nuestro cerebelo, podemos ahorrarnos el trabajo. Lo que nos reclama el lector es ese cocodrilo… o cocodrila. 
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  Tampoco es necesario algo tan extremo como ese animal. Bastan con pequeños detalles. Volvamos al texto inicial, con un montón de acciones normales, y metamos algún cocodrilo más corriente pero llamativo.
Juan abrió los ojos y, tras desperezarse, se incorporó. Ella no estaba. Se dirigió a la ventana para abrir la persiana. Hacia sol. Se calzó las zapatillas rosas con un dibujo de Hello Kitty. Fue al lavabo. Tras lavarse la cara cogió el dentífrico y el cepillo de dientes. Cuando terminó se enjuagó la boca. Apagó la luz del cuarto de baño. Cruzó el pasillo dando pequeños saltos hasta llegar a la cocina. Allí observó una nota bajo el tarro de café soluble. Cuando vertió el café y el azúcar, introdujo la taza en el microondas. Esperó a que se calentara. Al escuchar el pitido la sacó y se sentó a la mesa. Leyó la nota. Después hizo una bola con ella y la tiró al suelo. Sopló un poco sobre el líquido negro antes de bebérselo. Regresó al dormitorio para hacer la cama y vestirse. 
 He resaltado en negrita los cocodrilos, pero seguro que no habría hecho falta. Son cosas concretas, imágenes que el cerebro entiende que se salen de la normalidad. Y por eso se mantiene atento, sin perderse en las imágenes preconcebidas del cerebelo. 
«Una narración debe apoyarse cada poco sobre detalles únicos y peculiares. La literatura trata sobre lo excepcional. Todos tenemos rarezas, el ideal de normalidad como mucho llega a la puerta del váter. La mentira es narrar que alguien haga todo con una rutinaria mecánica.» (Ángel Zapata)

   Y esto es todo por hoy, ojalá nuestra escritura se llene de cocodrilos. El mes que viene hablaremos de la CONTINUIDAD.
P. D. No, no me he olvidado, y mira que los ojos de ese cocodrilo me han descentrado un poco. ¿Qué es lo primero que produce más satisfacción a un escritor? Por supuesto: el punto y final de una historia. Esa sensación cuando compruebas que la historia imaginada ha tomado cuerpo es como una droga, pero sin el como.
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