Cuando están asustados es posible que se muestren reticentes a hacer actividades rutinarias, que tengan problemas para conciliar el sueño, que sufran más pesadillas de lo normal, que pasen mucho tiempo requiriendo la atención de los padres sin motivo aparente y un sinfín de posibilidades que, en definitiva, alerten de que algo les está sucediendo.
En el momento en que dejan de ser niños y pasan por un periodo de preadolescencia con la consecuente necesidad de búsqueda de uno mismo, de identificación y de maduración en todos los niveles, la expresión de los miedos se traduce en formas muy personales de cada niño con las que habrá aprendido a comunicarse a lo lago de su vida. Algunos hablan sobre sus miedos y angustias con la mayor naturalidad posible, otros tratan de ocultarlo por vergüenza a que los demás puedan juzgarles, otros lo reconocen, pero rápidamente le quitan importancia ante los demás y el resto presenta signos que hacen suponer a los adultos que algo les está perturbando.