
CC NASA
Hola, aquí comienza el borrador de una historia de ciencia ficción de literatura juvenil que trata de algo más que hasta donde puede llegar una civilización extraterrestre para sobrevivir. No, no va de invasión marciana.
A mis compañeras de trabajo, por soportarme
Explorador 3
Explorador 3, posado sobre la nariz de piedra del fundador del colegio tenía sus sensores fijos en Objetivo7, un chico tan normal que parecía invisible. Objetivo 7 jugaba entre el centro y la defensa con los ojos puestos en los delanteros de 2º de la ESO, B, incluido el bestia de quince años que tendía a confundir cabezas con balones.
Explorador 3 había transmitido sus descubrimientos a Madre 4.7 durante las últimas cinco semanas y conocía sus movimientos. Sabía que en cuanto sonara la sirena el chico se pondría en la fila del autobús; era viernes tarde y tocaba regresar a casa para el fin de semana. El robot recibió de Madre 2 las órdenes precisas para infiltrarse en un bolsillo lateral de la mochila de Juan, que el niño no usaba desde que se rompiera la cremallera. Allí se desconectó para evitar ser detectado.
Noche
Explorador 3 había matado una cucaracha conforme a su programación de defensa. La descarga eléctrica había agotado su batería y se arrastraba a esconderse bajo el arco que formaban las deportivas abandonadas de Juan. El modo de ahorro de energía no le permitió acelerar cuando sus sensores captaron el sonido mecánico de una cerradura. Se abrió una puerta. Explorador no podía saber que era la principal por ser la primera vez que se infiltraba en la casa de Objetivo 7. Siguió el ruido del metal contra la madera, un suspiro, pasos, encendido y apagado de interruptores, más pasos, cada vez más cerca. Explorador 3 había ocupado su posición y solicitó permiso para desconectarse pero sus antenas recibieron la orden de Madre 4.7 de seguir observando.
Una mujer con pintas de camarera abrió la puerta y encendió la luz. Sus ojos cansados se fijaron primero en Objetivo 7 que yacía cubierto hasta las rodillas por el edredón. Se sentó junto al chico sin descubrir al insecto partido en dos junto a sus pies, ni tampoco al minúsculo robot que la observaba, y terminó de arroparlo. Iba a levantarse cuando reparó en un documento apoyado junto al flexo de la mesilla de noche:
–Ciencias naturales: Bien:6
–Ciencias sociales: Sobresaliente:9
–Educación Plástica: Notable:8
–Educación física: Bien:6
–L. Castellana y Literatura: Bien:6
–Inglés: Bien:6
–Matemáticas: Sobresaliente:9
–Informática: Notable:8
–Religión: Notable:8
–Francés: Suficiente:5
La mujer lo firmó y añadió una pequeña carita sonriente, casi invisible y se despidió con la mano, un segundo antes de apagar la luz y salir. Explorador 3 asignó a la mujer el código Objetivo-7.35 y transmitió el vídeo.
Amigo 5
Constructor 3 había dado a Amigo 5 una apariencia basada en los Objetivos 7.12 y 7.9 con un timbre de voz basado en Objetivo 7.6 pero con el toque masculino de 7.8. La idea era conseguir que Objetivo 7 aceptara la aproximación de Amigo 5 y se mostrara receptivo a su mensaje. Madre 4.7 había descartado la posibilidad de inscribir a Amigo 5 en el mismo colegio que Objetivo 7. Aunque esta aproximación hubiera sido ideal, suponía excesivas complicaciones. Por eso resultaba más sencillo, aunque lento aprovechar las tardes de los sábados.
Amigo 5 conocía por Explorador 3, ahora disolviéndose en sus propios ácidos, que Objetivo 7 solía pasar las tardes de los sábados en la Biblioteca General de la Universidad. Ahí es donde Explorador 2 le había encontrado por primera vez. Amigo 5 pasó por recepción enseñando su carnet de identidad falso. Las normas de esa Biblioteca Universitaria no impedían la entrada a menores de edad y de hecho algunos de los hijos del personal hacían sus deberes allí. Amigo 5 fue a la sala de lectura del tercer piso y se dirigió directamente al rincón donde Objetivo 7, sentado en el suelo, jugaba con su nintendo; los auriculares clavados en sus oídos. El muchacho apenas alzó los ojos un momento y juzgando que Amigo 5 no era una amenaza volvió al juego. El robot tomó “La estructura de las Revoluciones Científicas” de uno de las estanterías y se puso a leerlo con todo el interés que pudo fingir.
Media hora más tarde, Objetivo 7 se levantó y se dirigió a Objetivo cinco con su nintendo.
–Hola, ¿te la presto?
Amigo 5 sonrió y se puso inmediatamente a descubrir como funcionaba el aparato. Mientras, Objetivo 7 fue a un extremo de la estantería, donde había escondido “Introducción al Sistema Solar” lo abrió por donde había puesto un abono de autobús gastado y se sentó junto a Amigo 5.
–Eres muy malo –le dijo.
–Nunca he tenido una de estas cosas.
–Ya se nota. Si te gusta te digo donde venden uno barato.
–Gracias
Una voz distante les mandó callar
El polígono de la Mala Suerte
Amigo 5 y Objetivo 7 habían salido juntos de la biblioteca. El autobús llegaba con las luces encendidas, casi vacío.
–¿Te vas?
–No, –respondió Objetivo 7, –andando tardo menos.
–¿Puedo ir contigo?
–Vale.
Sin decir nada más, cruzaron la calle y saltaron por encima de un seto, internándose en uno de los jardines. –Por aquí es más cerca.
Siguieron entre caminando y corriendo un rato, sorteando árboles y una pareja de enamorados hasta llegar a una verja con un agujero medio escondido tras un brezal. Pasaron rascándose la espalda y cruzaron una autovía por un paso elevado.
–Ahora tenemos que darnos prisa de verdad.
Corrieron a través de las calles del Polígono de la Mala Suerte. Tenía ese nombre desde que cerraron las dos fábricas que se instalaron a él, y que decaían entre borrachos, basura y ratas. Tras el fracaso, los técnicos del ayuntamiento levantaron un proyecto de pisos pobres a los que varias capas de corrupción habían empobrecido aún más. El Polígono de la Mala Suerte se describía como una sucesión de muros grises, ventanas rotas, jóvenes habituales de los calabozos y adoquines sueltos. Objetivo 7 no aminoró el paso hasta llegar a su portal.
–Bueno, ya estoy en casa.
–Sí, ¿te vas?
–Sí, ¿tú a dónde vas?
–A mi casa
–Ya, pero ¿dónde está?
–En… por ahí, a tres kilómetros.
Objetivo 7 se rascó la cabeza. –Vale, pues pilla el autobús. Es mejor, más seguro. El 3 te irá bien.
–Gracias. Por cierto, ¿cómo te llamas?
–Juan, ¿y tú?
–Gumersindo, es que mis padres son un poco raros. –En realidad Madre 4.7 quería asegurarse que Objetivo 7 recordara bien a Amigo 5. –Pero todos me llaman Gumer, es más corto.
Siguieron charlando un poco más hasta que se dijeron adiós. Madre 4.7 valoró el resultado de esta misión con un sobresaliente.
Los tres sábados siguientes Juan y Gumer se volvieron a encontrar en la Biblioteca, aunque allí sólo empezaban sus aventuras. Enseguida se metían en un autobús para juntarse a leer mangas en la tienda de rol y frikismos varios y jugar gratis al Traveller hasta que se aburrían y se levantaban de la mesa, dejando al máster, un universitario de veinte y muchos, con cara de esto me pasa por jugar con munchkins.
El cuarto sábado Amigo 5 recibió autorización de Madre 4.7 para avanzar la misión.
–¿Vamos a mi casa?
–¿A tu casa? No sé, es un poco tarde.
–Te puedes quedar a cenar y a dormir también, si quieres. A mi madre le va bien, hasta quiere conocerte.
–Pero mi madre, no sé, y todavía no he hecho los deberes.
–Te los llevas, los puedes hacer en mi casa, llamas a tu madre, a lo mejor te da permiso.
–Es que sólo la he visto un rato por la mañana y mañana sólo la veré un rato por la tarde, antes de volver al colegio y luego hasta el viernes.
–El colegio interno es mala suerte.
–Sí.
–Pero, ¡mira!, podemos volver antes de las doce de mañana.