CC Patrick Henson
Segunda parte de “Como fabricar a tu familia”
El camino
Juan agotó el saldo de su móvil para conseguir el sí. A su madre no le gustaba discutir, siempre estaba triste y desanimada. Para convencerla bastaba con hablar mucho y Juan lo sabía mejor que nadie. Ganar siempre no le gustaba del todo porque era un poco como no tener madre, y no se sentía siempre seguro para tomar él solo sus decisiones. Pero en esa ocasión estaba feliz, al menos pasaría la noche con alguien. De su casa buscó una camiseta casi nueva y unos bañadores tipo short para dormir, los libros y los cuadernos de las asignaturas y su nintendo. Por último cogió unos calzoncillos, sólo por si acaso y bajó.
Juan le guió hasta la parada del autobús. Cogieron una ruta muy larga hasta las afueras de la ciudad. Al llegar a término se bajaron y caminaron cuesta arriba por un camino que de asfalto se hizo de tierra hasta internarse en un pinar salvaje.
–¿Estás seguro qué es por aquí?
–Sí, claro, es mi casa.
–¿Queda mucho?
–No. Juan, ¿quieres olvidarlo todo?
–No, sigamos.
–Primero te cuento un secreto.
–¿Estás metido en un lío?
Amigo 5 negó sin palabra. –Soy un robot.
–Anda, es muy tarde para bromas.
–Te lo demostraré.
Amigo 5 se desconectó. Su boca se quedó abierta en la “e”, sin emitir sonido. Los párpados seguían subidos. Ni siquiera respiraba, parecía una extraña estatua de cera que alguien hubiera abandonado en medio del monte.
–No hace gracia.
Juan se acercó.
–Te pellizco, como sigas fingiendo te pellizco.
Nada.
–Vale, te lo buscaste. –Juan agarró entre sus dedos un buen pellizco de la piel sintética de Amigo 5 y la retorció a izquierda y derecha. Amigo 5 seguía sin vida. –Venga, no te has muerto. –Juan aproximó su oreja al pecho de Amigo 5; no escuchó nada. –¿No te has muerto Gumer, verdad?, despierta Gumer, despierta. Juan abrazó a Gumer y le golpeaba y le llamaba, tratando de que reaccionara hasta que éste cayó, tal cual estaba, como una estatua.
–Gumer…
Amigo 5 se reactivó. –He vuelto. Perdona no quería hacerte pasar miedo. Soy un robot, ¿me crees ya?
–Sí. –Juan miró hacia los lados, buscando las cámaras de algún bromista.
–Tengo otro secreto. Me voy a romper, a dejar de existir, a morirme si lo prefieres, y pronto. Yo y mi familia, también. ¿Nos ayudas?
–Vale.
–Muchas Gracias. Ahora puedes venir a mi casa. –En ese momento un ascensor emergió de lo alto de un cerro cercano.
Embajada cultural extraterrestre
Juan dudaba en salir del ascensor. Ante él había un pasillo de color crema y moqueta granate. Cuadros de William Bouguereau, su pintor favorito, colgaban de las paredes como en un museo; sonaba su música favorita. Alguien se estaba tomando muchas molestias para hacerle feliz.
–No pasa nada si ensucias el suelo, Juan, tenemos limpieza robot. –Amigo 5 sonrió pero Juan se quedó clavado en el sitio, entendiendo que era una máquina quien le sonreía ahora. –Pero si quieres entrar en calcetines también está bien. A mi madre seguro que le gusta más.
Juan asintió y se quitó los zapatos con los pies. El robot le imitó y entraron juntos. Se abrió la puerta del fondo y una voz femenina, basada en Objetivo 7.35 con un toque de mayor calidez y menor cansancio, les invitó a entrar. Llegaron a un salón con forma de herradura. La parte curva era un inmenso ventanal desde la que se divisaba la ciudad iluminándose para la noche. Un tresillo amplio y blandito les esperaba.
–Sentáos.
Tras Gumer, Juan se sentó en el sofá, muy rígido, como si tuviera que hablar con un profesor tras haber hecho una trastada. Entonces una luz azul bajó del techo y ante ellos se formó una figura femenina vestida de vaqueros, jersey y calcetines.
–Saludos, Juan. Yo me llamo Madre 4.7 y soy la Inteligencia Artificial que gobierna esta Embajada. No tengas miedo, por favor, necesitamos tu ayuda. Tú puedes salvarnos. Por favor, ¿quieres?
–Bueno, pero yo no sé nada de robots, lo saben, ¿verdad?
–Lo sabemos. Necesitamos un amigo, no un ingeniero.
–Vale… supongo…que sí y eso y ¿qué tengo que hacer?
–Ver una película. Después decidirás si quieres ayudarnos o no.
La sala quedó un momento a oscuras. Luego el ventanal se convirtió en una pantalla 3D. La película empezaba en un observatorio astronómico, luego la cámara se dirigió al sector del cielo que domina la estrella Aldebaran. Desde allí, escogió otra estrella, y de ella un planeta de mares, continentes y atmósfera.
Ayudante 1, que parecía poco más que un cubo con ruedas, apareció entonces con un desayuno de leche humeante y magdalenas de chocolate. Era casi de noche, pero a Juan no le importó el detalle. Quizás era lo más normal de toda la situación, sobre todo ahora, que veía a Gumer, el robot, comiendo feliz.
La película mostraba ahora el amanecer de la estrella sobre el planeta. Una multitud antropomorfa, con cuatro dedos por mano, se afanaba en levantar algo parecido a una pirámide faraónica. La estrella se posó y nació miles de veces a toda velocidad, hasta volver a nacer mayor sobre la llanura. El pueblo alienígena había construido una gran ciudad protegida bajo una cúpula oscura y traslúcida. En su interior seres vivos y robots compartían los días. La cámara se acercaba a la estrella, enfocando sus manchas y llamaradas, cada vez más amenazantes. Luego iba a un grupo de científicos, que caían dormidos, haciendo cálculos. Afuera había quedado la gran pirámide solitaria en torno a un mar de extraños esqueletos y troncos resecos.
Las letras “Proyecto Vida Nueva” aparecieron en la pantalla. Un cohete emprendió viaje al espacio. Dentro sólo había dos grandes ordenadores y cuatro máquinas automatizadas: Constructor 1, 2, 3 y 4.
–Constructor 3 me fabricó a mí
–Vale, ¿y la gente?
La película mostraba ahora la estrella creciendo hasta casi engullir el planeta; sobre la superficie la pirámide sagrada había comenzado a derretirse.
–¿Se murieron?
–Todos.
La sala entonces se iluminó y la pantalla se quedó en blanco. Madre 4.7 volvió a tomar forma.
–No estés triste. Todo eso sucedió hace milenios. Pero ahora te necesitamos. Verás Constructor 3 es ya muy viejo, viejísimo para una máquina, y es el único que queda de los constructores y no podemos fabricar más con los recursos que disponemos. Cuando se estropee del todo, nosotros nos iremos desgastando y ya no habrá nadie que nos renueve. Pero eso está bien si decides ayudarnos.
–¿Cómo?
–Aprendiendo.
–Pero, ¿por qué yo?, ¿por qué no alguien mejor como un profesor de universidad o experto en cosas extrañas del espacio o algo?
–¿Conoces a los egipcios y sus pirámides?
–Sí, lo he estudiado un poco, creo.
–Eso es, los has estudiado, pero ya han desaparecido, no puedes hablar con uno de ellos, ni compartir sus emociones, ni sentarse a su lado, ni aprender de ellos. Por eso te buscamos a ti. Necesitamos alguien a quien educar.
–Un niño.
–Exacto. Nosotros seremos como tu familia de Datadad y así, cuando estés preparado, Datadad podrá hablar con tu mundo y nuestras emociones, nuestra cultura y nuestro arte bailarán en una nueva vida.
Aprendiendo
Juan jugó con Gumer lo que quedaba de la tarde, usando la gran pantalla como una consola. Durmieron juntos en una habitación con estufa, alfombra y dos pequeñas camas de roble con dosel. El niño tardó un poco más en dormirse en parte porque para el robot sólo era necesario ejecutar un programa, y en parte porque precisamente su amigo de los fines de semana había resultado ser una máquina. Se sintió un poco como si viviera en un juego y en momentos sintió miedo. Pero todos habían sido tan amables y aquella habitación tan cálida que acabó por deslizarse bajo la manta y cerrar los ojos.
Desayunaron lo mismo que la cena. Madre 4.7 le recordó los deberes y se puso a hacerlos en el salón, sobre un pupitre que salió de la pared. La inteligencia artificial le ayudó detectando los errores casi al mismo tiempo que los escribía, de modo que terminó muy rápido. Jugó después un rato con Gumer en el monte y, desde allí bajaron por un vericueto empinado, de esos que te sacan el corazón de miedo, hasta una estación de cercanías.
Juan volvió con su madre y no le contó más que había hecho los deberes, había cenado y desayunado y había jugado con su amigo. Y pasaron dos, tres semanas y a la cuarta Gumer lo volvió a invitar. Juan aceptó de nuevo, esta vez sin pensar. Aquella tarde de sábado comenzó su aprendizaje. Le leyeron un cuento infantil de aquel planeta, que se llamaba algo parecido a Datadad que, por lo que entendió, significaba algo así como Gran Casa. También le enseñaron los fonemas básicos de Tolkienia, su lengua más popular y le dejaron escuchar algo de música. Para el domingo por la mañana volvió a sus deberes y a los juegos.
Fue pasando más tiempo con su familia robótica. Al final del segundo de la ESO había llegado a tener casi tantos sobresalientes como asignaturas. Al mismo tiempo ya podía chapurrear algunas palabras en Tolkienia con Gumer y escribir algunas más en su preciosa grafía. Por lo demás era feliz. Fue al campamento, como todos los años, y pasó dos semanas en el pueblo y tres días en la playa, con su madre, pero casi todo el resto del tiempo lo pasó con Gumer en su casa. El verano anterior había gastado esos días en tratar de divertirse, soportar la canícula y evitar a los que querían robarle o liarle para que robara para ellos.
Tras las vacaciones se defendía en Tolkienia y conocía mejor la historia de Datadad que la propia. Ya se había dado cuenta de que los científicos alienígenas habían cuidado la didáctica; sus mejores profesores habían diseñado su aprendizaje y Madre 4.7 y Gumer sólo tenían que adaptar alguna cosa. Ni siquiera tenía la sensación de estar estudiando, sólo aprendiendo, como un niño pequeño, aunque mucho más rápido.
Y llegó tercero de la ESO.
La muerte de Gumer
A: juan_eldemalasuerte@sadneyel.com
De: gumer_amigo_5@sadneyel.com
Asunto: Me muero (no es una broma)
Hola Juan. ¿Sabes?, me voy a morir. Ya sabes que no me dan miedo esas cosas. Te lo digo para que te lo sepas. Es por lo visto un componente de mi unidad de gnosis, como la placa base de un ordenador, aunque es otra cosa, pero es para que lo entiendas mejor así. Bueno pues se está estropeando porque entró moho y lo van a tener que cambiar antes de que se rompa todo. Y cuando lo cambien pues lo más importante de mi se acabará. Hay cosas de mí que van a poder salvar, mi cuerpo y mucha de la información pero no toda. No tengo un disco duro, es más complicado.
Bueno, sé que te vas a poner triste, pero no quería engañarte. Cuando me vuelvas a ver seré Amigo 6 y no Gumer ni Amigo 5. Espero que no te parezca muy raro. Si vas a llorar piensa que soy una máquina.
Recuérdame, gracias.
PD: Me moriré el jueves, a las cuatro y media. Después ya no te podré contestar.
Gumer tuvo que morir la tarde de un jueves cualquiera de febrero. Juan se enteró el viernes, en el rato que le dejaban conectarse a Internet en el colegio y no dijo nada. Sé quedó profundamente en silencio y sólo habló lo justo para que le dejaran en paz y no tener que responder preguntas molestas. Ese sábado fue él solo a la casa de Gumer, sin su nintendo, sólo con los deberes en la mochila. No sabía como debía sentirse, pero estaba triste, como se está por una persona aunque supiera que no era real.
Amigo 6 le recibió junto al ascensor del monte. Constructor 3 había coloreado su pelo sintético para que pareciera rubio y tuviera ojos azules; la piel un poco más pálida.
–Buenas tardes, bienvenido a la Embajada Cultural de Datadad. Muchas gracias por venir. Me han asignado el nombre de Feliciano –Juan casi se ríe y se sintió culpable– ¿Quieres ver el recuerdo de Gumer?
–Muy bien.
Amigo 6 guió a Juan a un árbol; bajo sus ramas habían dispuesto una pequeña urna de cerámica con el nombre de Gumer. –Lo habéis hecho como en Datadad.
–Exactamente. Casi. En Datadad no se hicieron nunca recuerdos a las máquinas, pero Madre 4.7 dijo que sería bueno para ti.
Aquella tarde Juan había venido vestido de gris, con sus ropas más viejas, como en Datadad. Se quitó los zapatos en cuanto estuvo en la embajada, mantuvo silencio, guardó ayuno, y se acostó temprano como en Datadad. Ese día no aprendió nada nuevo, sino que vivió como si alguien de aquella especie guardara luto. Al día siguiente hizo sus deberes y pasó algún rato con Amigo 6, aunque ya nunca como antes. Gumer había sido primero su amigo y después una máquina y casi siempre podía olvidar lo segundo. A Amigo 6 le había conocido como robot y como robot se quedaría.
Por lo demás la normalidad volvió en seguida y, a su buen tiempo, llegó la Navidad.
– Continuará –
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