Revista Literatura

Cómo fabricar a tu familia 3/4

Publicado el 30 enero 2012 por Migueldeluis
La felicidad de los niños

CC Ariel López

Tercera parte de “Como fabricar a tu familia”

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Navidades

Objetivo 7–35, la madre de Juan, durmió toda la mañana del 22 de diciembre. El chico preparó el desayuno y la esperó leyendo hasta que se hicieron las once y media. Después, se volvió a acostar.

Juan y Objetivo 7–35 fueron felices después, porque almorzaron juntos, lentamente, una suerte de pantagruélica mezcla de desayuno y almuerzo, con leche, cereales, hamburguesas del súper, ensaladas de bolsa, dos clases de ketchup, zumo de naranja de tetrabrick y turrones.

Objetivo 7–35 dejó las malas noticias para el final, después de pasar la tarde juntos en el sofá, frente a Casablanca, la vieja película. Iba a trabajar todas las navidades, especialmente tardes y noches, aún en Nochebuena, fin de año y reyes. Además el abuelo se había puesto enfermo y no era buena idea que Juan se fuera al pueblo.

Juan sonrío con un brillo líquido en el lacrimal. No tenía sentido enfadarse; era su vida, lo normal, lo de otras veces. A los tres años se pasó las navidades con una tía; a los cuatro en un centro; a los siete, a los nueve y a los doce, con sus abuelos en el pueblo, donde pasaba mucho frío y se quiso quedar. Pero no pudo ser.

–¿Me puedo ir a casa de Gumer? –Juan no había dicho nada de la muerte de su amigo.

–¿Y cuándo vuelves?

–No sé, ¿cuándo estaría bien?

–El… bueno, voy a estar trabajando todos los días, casi todos, ya lo sabes. Supongo que todas las navidades estaría bien. Bueno, todo el tiempo que le parezca bien a la madre de Gumer. ¿Estás seguro de qué quieres?, por que, bueno, a lo mejor, si es posible, podría arreglarlo, bueno, si es que me cambian el turno.

–No hay problema, mamá.

–No te olvides de limpiarte después de ir al water.

–¡Mamá!

Las navidades en la casa de Gumer fueron de todo menos tradicionales. Juan, como siempre hacía cuando quería olvidar alguna cosa, se concentró en el trabajo. Primero en los estudios; después en Datadad, su cultura y ciencia. Pero también su alma. Amigo 6 se pasó desconectado la mayor parte del tiempo mientras Juan se entretenía con las personalidades virtuales que representaban a las grandes figuras históricas de Datadad; algo así como si se pudiera charlar con Atila, Marco Polo, Madame Curie y Cristóbal Colón. Sólo después de fin de año, comenzó a jugar, y aceptó intercambiar risas con Amigo 6, pero después de un rato, recordaba a Gumer y volvía a los estudios. Tenía el 3º de la ESO como excusa.

Crisis

Juan y su madre pasaron la Semana Santa en el pueblo. El abuelo se había muerto en febrero y la abuela se encontraba sola. El último día le dijeron que habrían cambios; creían que era mejor que Juan se quedara en el pueblo cuando acabara el curso. El instituto quedaba a una hora de autobús gratuito y, por lo menos hasta que empezara la universidad, tendría una vida más normal. Su madre se vendría también, en noviembre, cuando terminaran el puente. Había juntado algún dinero y con eso y lo que le prestara la abuela abriría una cafetería en el nuevo cruce; sería un buen negocio con pocos gastos y en cualquier caso ya no tendría que despertarse de madrugada.

Juan se enfadó para dentro. ¿Qué pasaría ahora con Datadad? Mintió, dijo que muchas gracias, que le hacía mucha ilusión, pero no engañó a nadie. La abuela no se lo tomó a mal “tendrá alguna chica” y su madre le echó la culpa a la “edad de la tontería”, pero no hizo un espectáculo de ello. Sabía que Juan se vendría y que se acomodaría al pueblo. “Lo de Gumer se le pasará”.

Madre 4.7 reaccionó con serenidad ante las nuevas noticias.

–Entonces tendrás que terminar tu aprendizaje en julio.

–Pero, es imposible, ¿sabes todo lo qué me queda por aprender?

–Era imposible desde el principio. Ya lo sabían en Datadad.

–Pero si no termino mi educación Datadad se morirá, para siempre.

–Datadad está muerto.

–¡No!

–Juan…

–Bueno… sí, está muerto, ya lo sé desde el primer día, vale, pero todavía podemos devolverlo a la vida; no todo, pero casi, bueno algo, pero todavía no vive nada.

–Juan. Sabes que aunque acabes ahora tu educación, la información siempre estará aquí esperándote.

–No es lo mismo, ya no seré un niño. Tú lo dijiste, necesitáis un niño para poderlo educar. Ya seré adulto.

–Tendrá que ser así.

–No me vale; estoy enfadado. ¿Cómo puedes tirarlo todo por la borda? ¿Te has olvidado de Trebea? –se refería a la presidente del proyecto Vida Nueva. –Eres una traidora.

–Juan, soy una máquina.

Juan tembló y por fin lloró como no había hecho desde que tenía memoria. Madre 4.7 bajó las luces y apagó el sonido.

Orfeo a los muertos

Aquella misma tarde el chico recobró su compostura y volvió a su rutina de estudios aunque concentrado en mil cosas y en ninguna. En su cuaderno escribió en Tolkienia: Rescatar la Victoria; arrancó la página y la pego en la pared. ¿Pero, cómo? Sabía que no merecía la pena intentar evitar que su madre volviera al pueblo. Además era injusto para ella. Quizás pudiera retrasarlo un par de semanas, pero ¿para qué? Todavía le faltaba mucho para convertirse en algo parecido a un nativo de Datadad, aunque sólo fuera en cultura. Ni siquiera hablaba el idioma demasiado bien; lo sabía porque las personalidades virtuales le entendían mal a veces.

Volvió a su cuaderno y empezó a escribir y tachar ideas:

  • Crear un transporte super-rápido para ir del pueblo a la base. Desechado; Constructor 3 funcionaba cada vez peor, no tenía las piezas ni las materias primas y además podrían descubrirle en su super-moto espacial o lo que fuera.

  • Trasladar la Embajada. Aún más imposible.

  • Explicárselo a su madre. Ni loco.

  • O a los científicos. Entonces querrían investigarlo ellos y se matarían el proyecto.

  • Aprender más rápido. No, no podía ser. Madre 4.7 estaba programada para dar las lecciones a un ritmo constante, una vez establecidas las capacidades del objetivo. O sea, él. Y no podía convencerla para ir más rápido; no se puede convencer a una máquina, a menos que… no, la idea que se le acababa de ocurrir era una tontería, re-programarla. No, ni de bromas, era una inteligencia artificial extraterrestre y él no era tan listo.

Pero si conocía a alguien tan listo. ¿Y si le mandaba un mensaje? Madre 4.7 se daría cuenta, pero era una máquina. Hasta entonces sólo había intervenido para evitar que accediera a contenidos de adultos. Quizás no reaccionara. Valía la pena intentarlo.

Juan operó la interfaz hasta que se proyectó la imagen tridimensional de una mujer de Datadad, vestida con la toga púrpura de los científicos.

–Saludos de felicidad, Trebea –Juan usaba la variante más formal del Tolkienia.

–Paz y felicidad. ¿No es una saludo muy formal para alguien de tu edad?

–Trebea, necesito que me ayude. Vida Nueva está en peligro.

–¿En peligro? Vida Nueva siempre fue como lanzar una botella al mar, como un billete de lotería cósmico. Vamos, me dejaron hacerlo sólo para que la gente tuviera alguna esperanza a la que agarrarse. Enfrentarse a la extinción total es una experiencia desgarradora.

–Ya, bueno, perdone, pero yo tengo esa botella. Bueno la tenía, bueno la tengo, pero me la quieren romper. Lo que quiero decir es que el proyecto podría funcionar, sólo que se me acaba el tiempo.

–Ah, no te sientas mal por ello.

–Bueno, pero tengo una idea.

–Dime.

–Si… ¿usted programó a Madre 4.7?

–No exactamente; programé una semilla, una especie de fractral lógico. No me entiendes, ¿verdad?

–Un poco.

–Digamos que creé una especie de inteligencia artificial que evoluciona. Yo no programé a Madre 4.7, sino a su bisabuela, por así decir.

–¿Y no podría cambiar la programación?

–Sí.

–Pues cámbiela.

–¿Quieres decir ahora?

–Bueno, el tiempo que le lleve.

–No, yo soy sólo la personalidad virtual de Trebea. No tengo sus conocimientos en detalle. Sólo la simulo. Lo siento.

Continuará


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