Fue en ese pasaje de Breña en donde me quemé la mejilla izquierda con caldo hirviendo. Mamá me había dejado a cargo y dijo que removiera de vez en cuando el cocido de una olla en la que había una cabeza (o parte de ella) de cordero. Recuerdo que el agua que bullía en la olla era muy grasosa, probablemente, ahora que lo pienso, porque la cabeza de cordero debe contener lengua, ojos, sesos… ¡qué sé yo! Lo único que recuerdo es que era un platillo delicioso que comíamos acompañado de papas amarillas, ají, y verduras cocidas. Se me ocurrió mover la cabeza con el cucharón, sé que estuvo mal, pero ya estaba hecho, y obvio, la cabeza resbaló dentro de la olla y el agua se desbordó yendo a caer en mi cara que estaba bastante cerca debido a que yo era pequeña. Por un reflejo debí de haber hecho la cara a un lado y solo mi mejilla derecha recibió el agua caliente. ¡Sentí un ardor terrible! Y como no había nadie en casa recordé que mi abuela Antonia decía que si uno se echaba ají molido sobre una quemadura esta sanaba con rapidez. En casa siempre había ají molido, así que me puse toda una cucharada de ají en la parte quemada. Milagrosamente dejó de arderme, pero poco después sentí que se me adormecía la cara y eso me produjo mucho miedo. Más que al recibir el agua hirviendo en pleno rostro. Salí y busqué a la señora Lola, ella me limpió el ají y me puso rodajas de tomate. Para cuando llegó mamá yo estaba sentada en una silla sujetándome las rodajas de tomate en la cara y ella se llevó el mayor susto de su vida. Fuimos a una farmacia y la farmacéutica recomendó una crema que me alivio el dolor, que para ese momento ya era insoportable, porque según entendí después, el espeso cocido contenía demasiada grasa, así que me resigné a quedar con una enorme cicatriz que iba desde mi párpado inferior hasta la barbilla. A medida que pasaban los días se fue formando una costra gruesa y después se cayó, pero quedé con una fea marca. En esa zona la piel no se veía tan lisa como en la otra mejilla y se había descolorado.
Lo recuerdo como si fuera ayer. Eso hizo mamá y yo veía día a día disolverse los botones de nácar hasta quedar todo convertido en un líquido blanco. Ella me puso el líquido sobre la cicatriz no recuerdo durante cuántos días, supongo que hasta que se acabó el contenido del frasco, que no era mucho, y como por arte de magia la piel de mi mejilla recuperó la normalidad.
No sé qué contenga el nácar unido al limón, o si el limón simplemente actuó como disolvente, lo cierto es que fue lo que hizo que volviese a ser una niña normal. Meses después nos mudamos de Breña y terminé viviendo en plena selva, en Satipo. Pero esa ya es otra historia.