Esta es una anécdota en partes: la 9a en la saga de la Señora W. y también la 20a en la saga del Dr. Kovayashi.
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Apenas medio minuto duró la decepción de Rómulo cuando la puerta se abrió. Primero lamentó tener que volver a pensar, aunque era inútil oponerse a ello pues ya había despertado y comenzaba a recobrar el estado de conciencia. Fue libre de creer, entonces, que había nacido de nuevo. Dentro de la cápsula, a la que había llegado en circunstancias desconocidas, había disfrutado de una paz absoluta en el seno de una luz muy blanca, tibia y confortable. Después sintió el dolor de tener que sacar una pierna, y la otra, y el resto del cuerpo. La luz se había desvanecido y él estaba de pie en un cuarto oscuro; o al menos eso creyó hasta que sus pupilas se ajustaron al nuevo mundo que tenía por delante. Miró en derredor, y sólo encontró tres paredes lisas. Así entendió que ese mundo no tenía nada de nuevo. Los recuerdos fueron aflorando de uno en uno: el pasillo; la montaña, la sed, la caída; la corriente, el lecho del mar, el hueco, el vórtice. “¡Estoy vivo!”, pensó justo en el momento en que un sutil carraspeo lo atrajo hacia la cuarta pared. Allí, vestido con sus habituales túnicas verdosas y en actitud expectante se encontraba Daibushi en persona.
_ “¡Ya lo creo!” La voz profunda de Daibushi era extraña para Rómulo, quien con lágrimas en los ojos se acercó al Maestro hasta quedar a tres cautelosos palmos de distancia. No podía recordar cuándo había llorado con tanta emoción, tal vez porque nunca lo había hecho. Pero sí recordaba haber mirado a una vieja lloriquear a los pies de un monigote en la iglesia, pañuelo en mano, acariciándole con las yemas los pies de madera y pidiendo por todos sus muertos, más muertos que Nabucodonosor. Pero esto era en extremo diferente… Podía palpar la eternidad y nada le resultaba más importante en la vida. Se hallaba muy cerca, a un segundo, a una inspiración de gorrión; deseaba abrazar a ese mago verde y, como aquella vieja, suplicarle con humillación, besar sus pies y lavarlos con llanto. Avanzó un poco más, siempre de rodillas, siempre la cabeza gacha en señal de veneración.
_ “No quiero volver… Deseo quedarme acá, vivir en la magia para siempre, para servir al Maestro… ¡Quiero ser Inmortal!” Así se dirigió a Daibushi, con desesperación, pero también con firmeza. El mago escuchó el ruego sin conmoverse, sin alterar su expresión grave e inescrutable. Sin embargo, cuando Rómulo levantó sus ojos hinchados vio en la cara de Daibushi una sonrisa beatífica.
_ “Está obligado a saber que la inmortalidad puede ser aun más dolorosa que el infierno. Usted ha sido tentado, y su alma humana es débil, miserable y egoísta, nunca olvide esto. Ha probado el néctar y ahora quiere la miel y la colmena. Y habiendo recorrido ese dulce camino y a punto de dejar atrás el portal del que no se regresa, acude a mí… Piénselo, piénselo bien, amigo Rómulo.”
_ “No tengo nada que pensar. Por lo que más quiera, le ruego que me acerque hasta ese portal.”
_ “Una magistral decisión, amigo Rómulo. Yo diría… ¡piramidal!”La voz de Daibushi resonó como un trueno en el cuarto vacío. Chasqueó dos veces los dedos, y antes de que se acallara el eco, El que era el Cardo de Flores apareció desde las sombras entre medio de reverencias fantochescas. En la mano llevaba un saco de tela, de cuya boca abierta escapaba una bruma muy espesa. Cuando la pared más lejana estuvo cubierta, Daibushi volvió a chasquear los dedos. “Mire allí. Es la vida real. Su vida, Rómulo. ¡Vaya si ha elegido bien! ¿No opinas lo mismo, Antiguo Cardo?” Por toda respuesta, El que era el Cardo de Flores soltó una risotada.
Rómulo pudo verse a sí mismo en el patio de su casa, sentado en una silla de ruedas, tullido, tan encorvado que su frente chocaba con las rodillas. Había sol, pero llevaba una manta gruesa sobre las piernas. Vio niños, varios; empujaban la silla para que nunca dejara de darle el sol. Rómulo vio su cara arrugada, el pelo blanco, ralo, el temblor de las manos, sus ojos cerrados. W. no estaba allí, pero no le importó Todo era muy triste.
_ “¡Ya es suficiente!”, gritó Daibushi. La bruma regresó al saco y El que era el Cardo de Flores a su rincón en la sombra.
El Maestro condujo a Rómulo de vuelta a la cápsula, y minutos después de sumergirse en su tibia luz ya dormía plácidamente.
_ “Debemos apurarnos, Cardo Viejo. El anticuario nos espera…”, dijo Daibushi a su ayudante, y ambos abandonaron el cuarto con celeridad.
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