Soy una experta en dejar las cosas para después, sea para más tarde, para mañana, o para un "luego" indeterminado que a menudo se pierde en el calendario. Ha sido un área en la que trabajo conmigo misma, y he podido distinguir disposiciones que me sirven:
1. Me propongo hacer "algo" en el día: solo una cosa. Puedo querer hacer varias cosas; de hecho puede ser necesario que haga varias cosas; pero me fijo la meta de hacer solamente "algo", y no más, porque con eso puedo. Parece muy poco, pero es mejor que nada. Sirve por dos cuestiones: protege mi sensación de competencia, y con ello, mi autoestima; pero sobre todo: al conseguir hacer "algo" -solo eso- durante varios días, hacer "ese algo" se convierte en un hábito, deja de ser necesario que me lo proponga, y puedo pasar a ocuparme de hacer otra cosa.
2. Comparto lo que voy a hacer y/o lo que quiero obtener. Es algo a lo que jamás me habría arriesgado antes, porque al no decirle a nadie qué quieres hacer u obtener, no tienes que pasar por la vergüenza, no solo de no haberlo obtenido, sino de no haberlo intentado. Decirle a un par de personas de confianza, que tengo intención de hacer esto o lo otro, me hace escucharme a mí misma y le da concreción a lo que podría quedarse como fantasía. Tienen que ser personas de confianza, apoyadoras; si no, sería contraproducente.
3. Sostengo una rutina ceñida a un horario que puede ser muy flexible, excepto con los puntos críticos del día. Por ejemplo, si me levanto tarde, es muy probable que el día no sea productivo. Si estoy cansada, me doy permiso de tomar una siesta; pero necesito levantarme a la misma hora de lunes a viernes, porque si no, me instalo en la vacación. Supongo que cada cual tendrá sus horas críticas, que es peligroso mover.
Hasta ahora, mis avances son lentos, pero seguros, y he aprendido que es mejor así, que tomar mucho ánimo y ser superefectiva dos días o dos meses, para luego volver a la postergación.
Silvia Parque