La semana no podía empezar mejor. El Madrid pincha otra vez sintiendo la sombra del Barça, la Juve parece rejuvenecer sobre el Milan, y el Wilstermann de mi ciudad se estrelló solito el domingo reciente en su afán de volver a la primera división. Como aurorista, no me apena que la pesadilla continúe para el Equipo aviador. Lo siento por mis amigos wilstermanistas, ellos sabrán perdonarme, el resto de la hinchada se lo tiene bien merecido, en este caso me place la desgracia ajena. Mi actitud tiene explicación sociológica, simplemente estoy haciendo gala de lo que significa ser un “buen cochabambino”.Los naturales de esta región, somos muy conocidos en el resto del país por una proverbial tendencia a comer en exceso, tanto que valoramos un plato como exquisito en función de la cantidad. La creencia arraigada de que ésta, es la tierra del buen comer es una verdad a medias, según se la mire. Pero también somos muy famosos por tener una mentalidad hipócrita, conservadora, egoísta y mañosa. Hay un refrán que dice bastante de nosotros: “hay que cuidarse de la justicia chuquisaqueña, del carácter agrio de la mujer paceña y de las mañas de los cochabambinos”.No hay estudios suficientes ni contundentes (al menos no los conozco), que expliquen la idiosincrasia peculiar de los vallunos. Lo que mejor describe a esta región es, sin duda, su clima generoso, apacible y templado. Ojalá la templanza, la moderación, la tolerancia, nos vinieran desde la cuna, desde las particularidades del terruño. Todo lo contrario, el regionalismo cicatero nos define: “ni cambas (oriente) ni collas (occidente), ¡cochalas carajo!” suele ser el grito de guerra acostumbrado y luego presumimos religiosamente de ser la tierra de la integración nacional. Coincidencia geográfica nada más.Naturalmente escéptico como soy, pensaba que esta cultura de la mezquindad era una exageración prejuiciosa, sin embargo, un hecho reciente me convenció del todo. Comenzaré diciendo que la metrópoli cochabambina se ha expandido, por razones topográficas, de este a oeste entre cinco municipios. En consecuencia, es frecuente el roce entre alcaldías por los límites jurisdiccionales, y hace algunas semanas, uno de estos conflictos derivó en un enfrentamiento entre dos municipios, vecinos incluidos, que se disputaban por unos metros de territorio. Esta vez, el gobernador del departamento, incapaz de resolver el conflicto, no tuvo ni la excusa de argumentar que era un problema motivado por “razones políticas y desestabilizadoras”, pues resulta que, tanto él como los dos alcaldes involucrados son del mismo partido oficialista. La consecuencia fue funesta para todos los ciudadanos, pues los movilizados no tuvieron otra mejor ocurrencia que bloquear la única carretera hacia La Paz por el lapso de casi una semana, dejando en la vía cientos de camiones y autobuses varados. Imagínense que dos tercios de la economía boliviana se mueven a través del eje carretero La Paz-Cochabamba-Santa Cruz. Y la policía, por mandato del gobernador, se limitó a observar cómo los bloqueadores incurrían en todo tipo de desmanes con los automovilistas atrapados. Y todo esto a solo cinco kilómetros del centro de la ciudad. Ante tanto desgobierno, ya no nos queda ni tragar bilis porque no sirve de nada. Al final, el gobernador fue ninguneado por las partes enfrentadas y éstas declararon una tregua ante la intervención del gobierno nacional con la promesa de que se promulgará en el Congreso una ley de límites para todo el país. Esto es lo que ocasiona el haber dividido el país en 36 naciones. Como ciudadano común, me cuesta entender que los vecinos se dejen manipular por políticos inescrupulosos que persiguen míseros intereses particulares. Escucho a menudo el estúpido argumento de que “si esta calle o zona será de nuestro municipio, entonces nos tocará más recursos”, como si el dinero le correspondiera a cada persona, o como si pagar impuestos en una u otra alcaldía fuera la gran diferencia. No imagino cómo resolverán sus problemas jurisdiccionales, metrópolis gigantescas como Lima, Buenos Aires o Sao Paulo, pero estoy seguro de que no se estorban entre ellos. Mientras aquí, impera la cultura de pueblo chico, el de poner la zancadilla al prójimo, en una urbe que bien podría caber en un solo distrito de las ciudades citadas. Y hay quien ingenuamente se pregunta por qué estamos tan estancados siendo el corazón de Bolivia. Así somos, ¿quieren otra muestra absurda de cómo vemos las cosas?...Paseando un día por unos de estos barrios, me llamó la atención que una torrentera estuviera canalizada con mampostería de hormigón, de un sola orilla, un amigo vecino de la zona, me dijo entre sonrisas que se debía a que los alcaldes no se ponían de acuerdo y, que si la obra hubiera sido construida como correspondería, el responsable se hubiera arriesgado a un juicio por usurpar funciones o invasión de territorio. Pues eso, la envidia y la mezquindad son rasgos innatos del habitante de estos valles. Nos caracterizamos por menospreciar el éxito ajeno. De hecho, si alguien es lo suficientemente creativo para emprender un negocio nuevo y le va bien, a los pocos meses, el vecino no tiene escrúpulos para arruinarle el negocio construyendo algo más grande, más llamativo o cobrando más barato. A eso, llamamos popularmente ser buen cochabambino. Pero dejemos en manos de un académico respetado como H.C.F. Mansilla, una explicación algo esclarecedora aunque no definitiva, en una entrevista que concedió a la revista cultural Atar a la rata:P.- La cultura de las artimañas como uno de los rasgos sobresalientes de los cochabambinos…R.- No son sobresalientes, están ahí. (…) digo simplemente que esos rasgos están todavía fuertemente anclados. Es difícil medirlos empíricamente, es decir si existen más o menos que el resto del país (…) yo diría que se debe a la alta densidad de población, sobre todo aquí en el valle central de Cochabamba, lo que genera la necesidad de engañarse mutuamente unos a otros, uno a costa del otro. Yo creo que eso es muy marcado.P.- Si fuera, como usted dice, que la concentración demográfica provoca que la envidia o la maña sean más profundas ¿por qué no considerar que los japoneses podrían ser como los cochabambinos?R.- Yo supongo -conozco muy mal la cultura japonesa- que los japoneses han tenido una cultura muy diferente, probablemente 1.200 años de un sistema altamente jerárquico, un sistema disciplinario muy fuerte, que no han tenido los cochabambinos. Entonces, lo que ha pasado aquí es precisamente que no ha habido un sistema de disciplinamiento social fuerte. Esa simpatiquísima tendencia de tratar mal, ningunear, acabar o rebajar todo mérito del prójimo es una tendencia de envidia muy marcada(…)Aquí las élites son cambiantes. Son élites torpes, de mal gusto. El único mérito es el haber usado artimañas para abrirse paso a codazos. Y claro, siempre se encuentra, al cabo de años de una generación, con otra que también se abre paso.Qué quieren que les diga, hablar mal de mis llajtamasis (coterráneos), es parte de mi formación sociocultural y está en mis genes, soy parte del problema. Así como esta región, otrora conocida como el granero de Bolivia, ha dado grandes gobernantes, y mujeres ilustres como Manuela Gandarillas y Adela Zamudio, también ha parido mandatarios grotescos y temerarios como Don Mariano Melgarejo, aquel que mandó fusilar a su camisa en un arranque de ira. Las cosas no han cambiado mucho desde entonces. Hace poco, legisladores de una lucidez infinita, declararon a Cochabamba como “capital nacional del parapente” como regalo de aniversario, y un año atrás, otras autoridades nombraron también a unas aves migratorias, procedentes del norte del continente, como "visitantes distinguidos" de la ciudad. Ah, si el gran Jarry viviera, declararía a Bolivia su patria adoptiva con toda seguridad.Ciertamente no todo es malo, ni la tierra es raquítica ni hace demasiado frio. Ahí están como consuelo, la chicha de maíz para calmar la sed y el delicioso chicharrón de cerdo para satisfacer a las panzas ubuanas y también a las pocas quijotescas, con cielo soleado el año entero, mientras nos cobijamos a la sombra de las muchachas en flor, o del humilde molle, árbol reflexivo por excelencia y reivindicado por Don Urbano Campos, uno de esos columnistas criollos que ya no quedan. El chiste del título, es por supuesto, de origen popular, ¿de dónde si no?