Como siento la falta de Lisboa. No imagina nadie lo que es dejar una ciudad como esta en la que paso estos días. Vengo aquí y bebo de la fuente en que dejé los diez años de mi juventud plena, malgastados quizá en lo que a muchos importa y a mí poco interesa. No da para mucho cuatro días. No da para pasear, deambulando, por Alfama, siempre por el mismo camino por el que llevaba a los turistas amigos, pocos, que pasaron por aquí en esta mi vida. Me falta hasta la permanente lluvia. El fresco húmedo y suave del Invierno, que los portugueses llaman frío y que, sin duda, es molestísimo, mas que el desarmante hielo de la seca meseta.El humo de las castañas que aún son buenas y reales, pues crean su niebla insoportable que en España, desconozco el motivo, no producen y que nos llena las narices de la fragancia de antigüedad y tradición.Siento falta de los amigos que por aquí pasaron y que ya partieron a otros puertos. De la guitarra y la viola. De restaurantes que conozco y me conocen. Del pescado, de la carne, del pan, de las patatas.
Pero, ay, lisboetas. Nunca se dió tanto a tan pocos y nunca lo usaron tan mal. Qué poco interés por la cultura, qué poco respeto a su ciudad (ya cayeron unos cuantos edificios), qué mala disposición permanente, qué ganas de bocinar, qué esfuerzo en ser lo que no son. Porque no son así. Son amigos de la farra y la comida, del vino y la risota, del fútbol y el escarnio.Pienso en el paisaje, pienso en los buenos principios. Pienso en lo que Lisboa debía ser y no es.Pienso siempre en Lisboa.