“Hoy me trajeron como burro”, le dije a mi revisor. Y es que hoy literal y coloquialmente me quité un peso de encima.
Pedí vacación en el trabajo (cada vez me convenzo más de que no debo trabajar, algún día arreglaré eso). Fui a la UNAM. En la imprenta me dieron una caja con 16 copias de mi tesis, las cuales debían ser entregadas de la siguiente manera:
2 para la biblioteca de mi facultad
1 más un cd para la Biblioteca Central
5 para mis sinodales
1 para mí
El sobrante es para regalar y regalar
Se me hizo fácil dejar el coche cerca del lugar de impresión y solo cargar los 9 ejemplares necesarios para cumplir mi misión. Así que vacié mi mochila: saqué pasteles, lápices de colores, mi libreta de dibujo, mi libreta de escritos, mis millones de papeles, el cable de la laptop, la cámara. Cupieron siete tesis y tuve que cargar dos en la mano, junto con la Mac y el preciado sobre manila que contenía la metodología para el día de hoy y el fólder que resguardaba la forma tres firmada y mis fotos.
Decidí que era buena idea no tomar el Pumabus, porque Psicología no está tan lejos de Odontología y además era posible que fuera mi último paseo por el Campus como glorioso Pasante. Así que caminé, pasé por las canchas donde alguna vez jugamos el Torneo de la Bata, la Torre de Humanidades II (donde aún creo que debería trabajar, o hacer lo que sea que voy a hacer), la desviación hacia el CELE y mis clases de alemán y las horas y horas de malos chistes y risas y risas y más malos chistes, los murales de Medicina, las Islas, y cuando decidí que estudiaría Psicología; las primeras cáscaras con mis compañeros, y las escaleras que dan a la Central y Filosofía y los sopes de 14 pesos y a 12 con pollo y mi frustración por no haber estudiado en Filosofía y Letras, y los ahora extintos puestos de libros y cosas, y el Che Guevara y el cruce del circuito y las escaleras mortales que daban al Psicotaco y a la entrada de la… momento. Cerraron esa entrada e hicieron una más grande que hace ver a la Facultad un poco más respetable, hasta que uno entra y ve las tienditas hechas changarros. Y el estacionamiento y cuando nos dejaban estacionarnos allí y el puente ese que lleva a los edificios A y B y la larga fila para entrar al Auditorio que tuvimos que hacer ese primer día y justo hoy fue el primer día de la nueva generación, y la barda y las horas de pláticas y pláticas… Y Servicios Escolares y mis primeros seis semestres pensando que debía dejar la carrera, y la lista del extraordinario que decía que era un día antes de la fecha en la que me presenté. Y las escaleras y la pasarela que da la explanada; y la Biblioteca, la Biblioteca de Psicología más completa de Latinoamérica y seguramente la más fea. Hasta ahí todo bien, entregué las dos tesis que tenía en las manos. Debía ir ahora a la Central a entregar una y el CD. La Central y mi sueños de leer todos los libros de literatura, y que sólo saqué como dos y no fueron de literatura.
Subí al octavo piso, pocas cosas que he hecho me han dado tanto orgullo como autorizar la reproducción digital de mi tesis y verlas con sellos, ya son parte del acervo de la Universidad.
Regresé a la Facultad a pedir fecha y repartir más tesis. En total pude entregar tres. En esos momentos mi mochila ya era algo tolerable. Me encontré con Lupis, ah, la clase de Psicología Social en la que me la pasé todo un semestre haciendo un dibujo de bolitas y hel echo (el hecho) y el seminario horrible que tuvimos de tesis con no diré su nombre… Fuimos a comer a la Torre de Ingeniería, y la organización del Congreso de Psicología y Química y el CELE de nuevo y las inhóspitas tierras de Contaduría y mis eternas perdidas por el Espacio Escultórico y el fútbol y el béisbol… Y las horribles películas de la Muestra que vimos en Arquitectura, la comida de Arquitectura, y cuando mandé unos cuentos a concurso el día de mi cumpleaños, y los Pumas y las finales y las fiestas y los bonobos y cuando entramos al estadio representando al inexistente equipo de hockey sobre pasto, y el jardín botánico, y el telescopio, el frío, la lámpara y finalmente la luna, y la estación de radio, y Babas de Perro y Shhh de Miles Davis a todo volumen, y el Ipod era desconocido, mi discman rojo, las peticiones y el horrible olor de las mañanas de los primeros semestres con ese cloro horrendo que usaban, y el mural contra la guerra, y el CUC y las clases de francés y las papas con chile.
La pasé muy bien…
Me duele el hombro y me la mano izquierda de tanto cargar, pero me siento feliz de ya no hacerlo más. Cargar no está bien, no sirve de mucho.