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Como zumbido de abejas para sus oídos

Publicado el 30 mayo 2012 por Pnyxis @Pnyxis

Como zumbido de abejas para sus oídosQue por vaguear no quedara. Siempre se quedaba un buen rato en la puerta de su facultad fumando un cigarro o haciendo un crucigrama antes de volver a la biblioteca a estudiar después de la hora de la comida. Lo que fuese con tal de posponer el máximo tiempo posible aquella tarde de agonía. Hacía un día bastante caluroso en Madrid, aunque soplaba una suave brisa que le desordenaba el pelo constantemente. Estaba atascado en una palabra de seis letras, la segunda era la N: "Animadversión, rencor muy arraigado". Cerró los ojos un instante para concentrarse y cuando los volvió a abrir la vio.
Ella, con su largo pelo rubio y liso cayéndole hasta la cintura, sus dientes blancos y su cara ovalada. Su piel morena brilló en cuanto fue alcanzada por los reflejos del sol y comenzó a andar hacia los bancos que estaban más adelante, de espaldas a él. No le había visto porque hablaba por el móvil con la mirada perdida. Su aparición fue como zumbido de abejas para sus oídos y le nubló la mente. Llevaba más de un año sin verla, había desaparecido de su vida como llegó a ella, sin avisar ni pedir permiso. Sin decir adiós. No sabía qué hacía en su facultad, pero ahora que estaba allí a su alcance estaba paralizado.
En ese momento recordó todo lo que había pasado, el daño que había sufrido, lo traicionado que se había sentido. Tenía mucho que reprocharle a aquella chica, y curiosamente, nunca le había reprochado nada. Siempre había sido amable con ella, e incluso llegó a disculparla. Se dijo a sí mismo que no merecía ni que la hablase, lo que tenía que hacer era darse la vuelta y ponerse a estudiar antes de que volviera a entrar. En la biblioteca sería fácil esquivarla.
Pero reflexionaba y seguía sentado allí, incapaz de moverse. La gente dice que del amor al odio sólo hay un paso, pero Alejandro en su momento no había dado ni medio. Ahora era diferente, llevaba mucho tiempo sin saber de ella y en su corazón las únicas cenizas que había eran las del resentimiento y el encono. No sabía qué hacer, necesitaba una señal del cielo.
Entonces sonrió, rellenó las seis casillas del crucigrama y se dirigió hacia ella.
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