del mostrador, compuesto por manchas de alcohol de garrafón, colillas, migas de los pocos bocadillos que se hacían y café de borras. También en esa cueva escondía mi complejo, mi puto apéndice. Pero en ese garito nacía mi poesía, la única que me mantenía encendido, en espera. Con la expectativa de que nada es eterno, que la vida de perdedor que llevaba era algo pasajero y que mi apéndice nasal un día se caería mientras bebía con las putas, mientras departía con los borrachos y mientras estrechaba manos negras con uñas carbón de rascarse sabe Dios qué. Y aquella madrugada, cuando preveía que fuera del antro, la luz de la mañana estaba doblegando a la etílica noche, la vi entrar y pidió un café de borras. Y cuando pegó sus labios a la taza y su apéndice nasal le estorbó por su tamaño para beber, lo supe. No era único, éramos un par. Pero eso es otro capítulo, aunque de igual forma de perdedores.
Texto: Francisco Concepción (FranCo)
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