Vaya bronca que le echan a Mariza en El País. El crítico Fernando Neira, más que escribir una crítica de su último concierto en Madrid, le larga un chorreo de padre y muy señor mío. Sólo le falta decir: “Compórtese, señorita, compórtese”.
Ya en el lead le acusa de “buscar el aplauso menos consistente”. Ay, qué guarrilla, qué casquivana. Mira que andar reclamando aplausos poco consistentes… Usted, que podría aspirar al aplauso noble del marqués, se conforma con el aplauso descamisado del populacho.
Neira tiene gracia escribiendo, no se lo voy a negar, pero me irrita un poco su pundonor purista. Dice de Mariza, por ejemplo:
Hay en su actitud un ánimo de popularización que a veces la aproxima a Dulces Pontes, el más manido de los modelos posibles. A Mariza le juega una mala pasada su carácter demasiado expansivo y se sitúa en una encrucijada que debería resolver si no quiere ponerse a girar en redondo, sin dirección ni sentido.
Un carácter demasiado expansivo, un ánimo de popularización… Por favor, señorita, compórtese, cierre las piernas, muestre un poco de respeto por esta casa que le acoge, así no va a cazar marido. Para este crítico, el fado es triste, y con tristeza ha de atacarse. ¿Qué es eso de andar sonriendo y “presumiendo de guapa”, como llega a escribir? Hasta ahí podríamos llegar: una portuguesa que se cree guapa. ¿Qué será lo siguiente? ¿Una inglesa con los sobacos depilados? Por favor, ajústense a su tópico, no nos despisten. Como decían en Amanece que no es poco: actúe como los demás americanos, que unos días van en bici, y otros huelen bien.
Parece que Neira no ha prestado atención al repertorio de la propia Mariza, que en Recusa, canta:
Se ser fadista é ser triste,
é ser lágrima prevista,
se por mágoa o fado existe,
então, eu não sou fadista.
En pocas palabras, que si ser fadista es ser triste y andar haciendo pucheros, entonces, yo no soy fadista. Más claro no se puede decir. Si he de elegir entre la alegría y el fado, me quedo con la alegría.
Supongo que será ya evidente que me gusta Mariza, con su chorro de voz y con esa gracia antimelancólica con la que transforma el viejo fado portugués. Pero, aunque no fuera así, la crítica de Neira me seguiría sonando un poco curil.
No es la primera vez que Neira hace alarde de purismo. Hace un año, por estas mismas fechas, los argentinos Bajofondo tocaron en Madrid, creo que en el mismo sitio donde Mariza, y Neira escribió una crítica significativamente titulada Tango (o lo que demonios sea). Allí se leía:
Son musicazos, pero no siempre queda claro a qué juegan. Acaso ellos mismos aún tengan pendiente la respuesta a ese dilema. Mientras lo resuelven, derrochan una vitalidad que huele a pose, aplauden al público al final de cada tema y se jalean entre ellos como si a cada rato Maradona le hubiera endosado otro gol a los ingleses. Gustavo pasa medio concierto brincando como un canguro y hasta el asistente técnico, desde el extremo, ejerce de bailarín dislocado.
En resumen: aclárense, pardiez, y dejen de jugar.
Por lo que se deduce, a este crítico le gusta que el pan sea pan, y el vino, vino. No me lo imagino en uno de esos restaurantes moleculares donde la morcilla sabe a algodón de azúcar y el chuletón tiene forma de sandía. Las cosas, claritas y de frente.
Por dios -y esto va por todos-, relájense una miaja. No creo que nadie deba ir por la vida con un programa estético o ideológico pegado en la frente, con la etiqueta bien visible, para que no haya confusiones. Y, sobre todo, para que se ciñan a ella. Oiga usted, que en su etiqueta pone bossanova y se está marcando un solo de banjo, ¿es que quiere que el sol salga por Antequera? ¿Que sindiós es este?
Recuerden que el año pasado, el festival de jazz de Sigüenza se interrumpió porque un espectador llamó a la Guardia Civil para denunciar que el concierto que estaba viendo no era de jazz.
Yo he visto a Bajofondo dos veces, las dos en Buenos Aires, y aunque la primera experiencia fue mucho más grata que la segunda -y eso que la segunda tenía el encanto del escenario, el Gran Teatro Rex de la avenida Corrientes-, no se me ocurriría irritarme. Por supuesto que tanto en ellos como en los neofados de Mariza hay mucho de impostura y muchas ganas de agradar a públicos que no dominan las sutilezas del género en el que se inspiran, pero, ¿qué hay de malo en ello? ¿Qué hay de malo en disfrutar de una bella noche de verano con una juerga desenfadada? ¿Qué más da si los puristas del fado y del tango se retuercen en sus tumbas? Nosotros estamos aquí y ahora para disfrutar, no somos emigrantes italianos en el Buenos Aires de los años 20, ni desarraigados portugueses en la Lisboa de Salazar.
No sé qué somos, pero si sé lo que no queremos ser: pelmazos que se irritan con el goce ajeno.