Hoy he salido de compras de urgencia, no para poder cenar algo caliente como suele ser habitual en mí, sino para que pasado mañana haya algún que otro paquete bajo mi negro árbol de navidad.
Este año mi espíritu navideño ha tardado tanto en despertarse que casi llego a Nochebuena sin regalos. Para ser más exacta debería decir que han sido mis hijos quienes lo han despertado a base de preguntarme varias veces al día: “¿ya tienes los regalos?” “¿has comprado los regalos?” “¿Qué me has comprado? No me lo digas, quiero que sea sorpresa” Yo les decía que todavía no los tenía y ellos sonreían confiados…. “ya sabemos que los tienes escondidos en el despacho”. (Que tranquila vivía yo antes echándole la culpa de todo a Papa Noel).
Así que después de comer me he armado de valor (porque mi espíritu navideño ha decidido echarse una siesta) y he cogido el coche dispuesta a no volver a casa hasta no haber conseguido el último regalo de la lista. Pero aunque la sección juguetes estaba a reventar de cajas, muñecas, videojuegos, etc. los que yo quería no estaban. No quedaban. Agotados me ha dicho la dependienta con cara de “adonde vas a estas horas”.
Leía las dos listas, escuetas, con cuatro peticiones cada una, y no podía creerlo. O tengo muy mala suerte o el gusto de mis hijos es de lo más normal, vamos que todos los niños se han debido pedir los mismos juguetes.
Lo he intentado en un par de sitios más. Sin éxito. Nada.
La buena noticia es que tengo plan B, la mala… que mañana me volverá a tocar salir de compras.
Y encima no me ha tocado ni la pedrea.