Revista Talentos

Con el agua al cuello

Publicado el 01 febrero 2014 por Perropuka

Con el agua al cuello

No se salva ni la cancha techada por el programa "Evo Cumple" (arriba al medio)


Cinco semanas atrás, nos sentíamos más orgullosos que los soviéticos en 1957, pues acabábamos de mandar a volar nuestro pedazo de chatarra espacial (porque en unos años eso será, a no dudar) y creíamos estúpidamente que nos habíamos sumado automáticamente a la “carrera espacial”, como pomposamente se denominó a toda la alharaca del acontecimiento. Entretanto, el primer mundo se mataba de risa por nuestra pretenciosa ingenuidad. Dos semanas atrás, nos vanagloriábamos de brindar a los pilotos extranjeros del Dakar el mejor recibimiento de sus vidas, con ponchos de alpaca para sus corazones cansados y pantuflas de jubilado para sus pies entumecidos. Asimismo, estábamos tan orgullosos de los héroes locales construidos sobre la marcha que, a pesar de no haber ganado nada, los habíamos recibido a toda flauta y a todo pulmón, con múltiples homenajes oficiales, lloriqueos por aquí y por allá, y banderitas a todo trapo. Ni la selección mundialista del 94 había sido tan celebrada.
Dos días atrás,  Evo el Austero, nuestro ubicuo líder antiimperialista daba otra lección de política internacional en la cumbre de la CELAC en La Habana, proponiendo a sus ilustres amigos que de una vez se debía espiar al gobierno de Obama, como respuesta a la tranquilizadora revelación de que el puñetero imperio no iba más a husmear en los asuntos de sus aliados europeos. Por tanto, nuestro caudillo dedujo lo que siempre hemos sabido: que el espionaje continuará, especialmente a los regímenes tan gallísticamente revolucionarios como el suyo. No obstante las permanentes declaraciones de guerra ideológica contra EEUU, al final, los mandatarios reunidos declararon a Latinoamérica como “región de paz” o algo parecido. Así de trascendente fue el descanso isleño de los presidentes.
Así nos veíamos a nosotros mismos. Codo a codo con las potencias, por estas y otras caras bravuconadas. Como el hecho farandulesco de ver a nuestro sencillísimo caudillo ser transportado en su nuevo coche blindado, con la escolta y protocolo a la altura de la dignidad de las primeras potencias, como se aseguró desde esferas gubernamentales para justificar el millonario gasto en su seguridad personal.
Sin embargo, la dura realidad nos devolvió en apenas unas jornadas a nuestra condición de miserable país tercermundista. Llovió una semana completa sin descanso y el país se nos anegó. No hay departamento que no tenga alguna región afectada. Más de 22.000 familias damnificadas según cifras de Defensa Civil. 44 muertos a consecuencia de aludes, derrumbes y ahogamientos. Mueren el ganado y otros animales domésticos. Miles de hectáreas de cultivos arrasados por las riadas y el barro. Caminos cortados por los deslaves. Poblaciones enteras del área rural bajo las aguas, donde apenas llega la ayuda a cuentagotas. Muchas casas humildes que se desmoronan ante la desesperación de sus dueños.
¿Acaso es la primera vez?...no, por supuesto que no. No es comparable a las catástrofes que periódicamente asolan Bangladesh, Filipinas, algunas regiones de Brasil u otras partes del planeta. Las temporadas de lluvias son bastante regulares en estas latitudes. Conocemos de sobra las áreas inundables. Sin embargo, apenas se hace algo por prevenir sus efectos. Es perfectamente entendible que las llanuras amazónicas por su gran extensión y por estar surcadas de caudalosos ríos sean proclives a inundaciones masivas, prácticamente incontrolables por la acción humana. 
Pero en el resto del país, es impresionante el descuido de las autoridades y pobladores. Cualquier lluvia de más causa zozobra, cualquier riachuelo fuera de cauce se puede cobrar vidas y propiedades. Hace unos días, el rio Rocha que atraviesa la ciudad de Cochabamba, apenas un hilo de agua el resto del año, estuvo a punto de desbordarse por encima de los muros de contención, resultado de la falta de limpieza de su lecho,  inundado de escombros y basura doméstica. Si vieran el cúmulo de documentos que duermen en las estanterías municipales con proyectos para descontaminarlo. 
Apenas a treinta kilómetros de la ciudad, en el Valle Alto, a pesar de su nombre sugerente, son permanentes los desbordes y anegamientos cada vez que llueve torrencialmente, en cualquier época del año. La construcción  irregular y descontrolada de viviendas en las cercanías, la falta de limpieza de los canales y drenajes, la ausencia de muros y gaviones, tienen consecuencias significativas en los cultivos y poblados. Todos los años el mismo drama y los lugareños no dan señales de que aprendan la lección. Siguen aplaudiendo con beneplácito que les construyan coliseos y canchas como el elefantiásico estadio para 30.000 espectadores en uno de esos pueblos que, luego de la inauguración, con seguridad mostrará un monumental vacío.  Ni alcaldes, ni pobladores son capaces de exigir al gobierno central el orden de sus prioridades. 
Ay, habíamos tenido tanta plata para tirar en satélites, aviones, coches oficiales y rallies, pero no para comprar siquiera un decente helicóptero de carga. Resulta muy paisajístico contemplar desde el aire los sitios inundados, pero el hambre de la gente no puede esperar que la asistencia llegue por kilos y no por toneladas. Sin caminos, sin pistas de aterrizaje, algunas poblaciones están abandonadas a su suerte y la ayuda tardará semanas. Con lo sencillo y tranquilo que resulta ponerse a limpiar los ríos secos y construir gaviones y otros defensivos en temporada seca. Pero no son tan vistosos ni espectaculares como un mamotreto de hormigón y acero en medio de un caserío. Siempre es más conveniente prometer semillas y provisiones y, cómo no, una casa nueva, como viene prometiendo el caudillo ante cualquier cara llorosa que divisa. Con las elecciones en el horizonte, hasta le viene de perlas convertirse en salvador.

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