Hoy, con los años encima y algún pelín de barba que asoma canosa, me cago de risa –perdonen la expresión, aunque no sea licencia poética- cuando recuerdo este chusco episodio de mi, más bien, aburrida existencia. Pero viendo a los ciudadanos venezolanos todo serios con sus rollos en los brazos, no hay ganas ni de esbozar una sonrisa. Cuando las necesidades de evacuación aprietan, no hay vergüenza que valga. Todo lo contrario para un gobierno que se dio de culo con la realidad, vergüenza debería darle que escasee lo más básico. Distará de ser motivo de orgullo para la revolución bolivariana ponerse a importar a la desesperada 50 millones de rollos, que, considerando el número de habitantes, apenas alcanza a dos por cabeza, por posadera habría que decir, para ser más exactos. Provisión que no suple ni un par de semanas, dando la impresión de que los estrategas del comercio exterior tienen la cabeza llena de pajaritos o de otra cosa. Hilarante y, a la vez, humillante tarea para el ministro del área. Hay que tener estómago para ir al puerto a recoger los contenedores con papel W.C.
Yo me pregunto, dónde está el gobierno de Evo Morales para poner el hombro a su hermano de lucha, ya que, por “razones humanitarias”, nos dejó a los bolivianos sin arroz para donarlo al régimen cubano (para paliar el desequilibrio tuvo que ordenar la importación del grano, así de fácil, al tiempo que regala algunos tractores a los campesinos con toda fanfarria). Si hasta tuvo la suficiente solidaridad –que está bien--con el estado enemigo de Chile para llevarle agua embotellada y leche en polvo aquella vez del terremoto de Concepción y alrededores. No me digan que la situación venezolana no tiene visos de una catástrofe humanitaria.
Pero lo del papel sanitario recuerda tanto a los tiempos de la Unión Soviética, donde era considerado un pequeño lujo burgués, al alcance de los burócratas con influencia o de quien podía conseguir en el mercado negro junto a otros productos lujosos como los chocolates y cítricos. (He leído de rusos que vieron naranjas por primera vez por accidente, al descarrilarse un tren sobre la nieve). Tal parece que los venezolanos tendrán que acostumbrarse a colgar papel periódico de un gancho doblado como los cubanos lo vienen haciendo hace medio siglo. Por lo menos podrán mejorar su nivel de lectura mientras la madre natura hace lo suyo. Ya ven, no es tan malo después de todo.