Que amar no es tan solo rozar unos labios,
acariciar una piel o decir simplemente “te quiero”.
Entendí que el amor
no tenía formas sinuosas ni estaba compuesto de materia orgánica, que
los príncipes azules iban en baqueros y chupas de cuero y las princesas
con minifalda y tacón y que por descontado, no existen los cuentos de
hadas. Entendí también que son mejores los amaneceres compartidos, las
cenas de dos y los verbos conjugados en plural. Que las discusiones no
son más que las escusas para una reconciliación en toda regla y que los
inviernos son mucho menos fríos en una cama compartida.
Comprendí que el
mejor bálsamo para las resacas son sus brazos, su cariño y comprensión y
que es mejor tener los labios agrietados por los besos que por otra
cosa. Entendí que los celos son solo síntomas de amor y que la confianza
son los pilares principales. Comprendí que las estrellas brillan más y
mejor sin las miran dos, que las lágrimas son solo el miedo a perder lo
que tanto se desea, que la ternura siempre es uno de los mejores
ingredientes…