Sobre la rama de la encina siempre había un pájaro. Nunca era el mismo, lo distinguían sus plumajes, su cabeza, el propio movimiento de sus patas.
Sobre la rama de la encina descansaba la nube alejandrina. Se tomaba su tiempo en la respiración.
He vuelto a exhalar. El olor a café que desprenden tus manos evita la opresión del calor, el agobio excesivo, lo inoportuno e injusto.
La mañana de hoy es tranquila. Sigo con Bergson bajo un constante sonido de pájaros. Un suave viento mueve las hojas de la palmera grande. Se han marchado las moscas.
La araña cae de rama en rama dejando tras su paso el fino hilo de su discordia. Con la mano abierta destruyo su oficio, poco tardará en recrearlo de nuevo.
Sobre la rama de la encina hay un pájaro. Ahora está un rabilargo que juega con la nube.