Con las bragas bajadas

Me pillas con las bragas bajadas, criatura, que si digo que voy al baño es que voy al baño a hacer mis cosas. Yo no soy de medias tintas, corazón, y si quiero lo que has venido a darme, lo pido.
Así ha pasado, que has abierto la puerta del baño y te has encontrado con el percal: a una servidora haciendo de vientre. Muy digna, eso sí, que yo lo hago todo muy bien.
Y te has ido cabizbajo y con el rostro triste, mi niño, y seguro que con el arma apuntando de nuevo al suelo porque fijo que ya la traías cargada.
Tú eres de esos que creen que sonreír es una invitación. Pues no, cariño, sonreír es señal de muchas cosas más. ¿Podrías pensar por una vez en lo más lógico? ¿Que estoy feliz, nada más? No me conoces lo suficiente, claro, y por eso te voy a dar una segunda oportunidad si tú eres capaz de olvidar mi imagen cagando, por otro lado.
Reconozco que no hemos empezado con buen pie, amor. Yo, por no decirte abiertamente que iba al baño a lo que iba y que sonreía porque estoy contenta y tú, por ser como muchos hombres, que crees que una sonrisa es una invitación para follar. Supongo que, como tantos otros, te confundes cuando te sonríen porque muchas mujeres aún no han aprendido a llamar a sus ganas por su nombre. Así, con valor. Porque ese deseo de "quiero follar contigo" aún les cuesta sacarlo fuera sin pensar en ellas mismas como mujeres fáciles. Imagino que, con el tiempo, cuando la expresión abierta del deseo femenino no se asocie de ese modo porque el ser fácil o difícil sea algo de cada cual y no una etiqueta, todas sin excepción podremos sonreír por estar contentas y anunciar que vamos al baño a cagar, a retocarmos el maquillaje o a cambiarnos el tampax. O que, con esa misma sonrisa, pidamos que nos acompañen al servicio para viajar a Cuenca sin prejuicios ni gilipolleces.