Alaska, despuésdelunoauno, de 2009,Creo que alguien que hace el gesto de aceptar un caramelo, desenvolver el envoltorio, llevárselo a la boca y saborearlo, está más predispuesto para entablar una conversación con tranquilidad. A partir de ahora voy a intentar corroborar esta impresión. Los caramelos que tengo encima de la mesa de mi despacho están en una caja roja, diciendo "cógeme".
¿A qué sabe servicios sociales?. Podría decir que tienen un sabor agridulce, o que a veces saben a amargo, u otras malas metáforas. Pero soy muy prosaico. Pienso en el gusto, como antes pensé en los olores, y no se me ocurre nada.
Una vez leí un libro delicioso: Un instante de felicidad, del periodista Arcadi Espada: "Sólo hay dos maneras de comer. En una come la memoria. Algo que humea en el plato levanta un suceso que los sentidos acumularon en el pasado". El sentido del gusto parece no estar presente en nuestro trabajo, pero quizás su papel de segundón es sólo una apariencia. Al fin y al cabo hace miles de años que los hombres buscan la reconciliación en torno a una mesa de viandas. Ya os he hablado de las Cuétara, y como el bombón de chocolate hizo más por una buena coordinación que todos los protocolos juntos.
Los sabores de un día de trabajo, para mí, comienzan sobre las diez, con el café con leche y el mini de jamón. Antes de eso, casi nada, apenas la pasta de dientes y un trago de granini recién levantado. Durante la mañana, pura supervivencia: frutos secos que le robo a la Teresiña y algún plátano. Nada de glamour. A veces un té, que casi siempre prepara R. una de las administrativas. El té sabe a gloria, porque es té y es descanso y risas. En invierno la menta caliente inunda la boca. Es, sin saberlo, como un plato del Bulli: pasta de dientes que se bebe.
No se me ocurre como aprovechar más el sentido del gusto con las personas que atiendo. No se trata de darles un caramelo para que estén contentos, ni el chocolate del loro. Ahora que lo pienso, muchas veces, cansado ya de hablar de responsabilidades, hemos hablado de sabores y gustos, de lentejas con chorizo, de salmorejo, de ¿y usted de dónde es? y ese tipo de cosas con las cuales empiezas a conocer a la persona que hay detrás del expediente. Quizás esto sea más hablar de la memoria que del sabor mismo, pero el caso es que se nos hace la boca agua. No creo que uno sea lo que come, o lo que lee, pero lo que lee o lo que come forma parte de uno.
En el trabajo en equipo es otra cosa. ¿Se imaginan de coordinaciones con el departamento de infancia, mientras se saborea una porción de chocolate negro pasada por el horno? La cosa cambia. El ying y el yang. Lo pesado y lo leve, como decía Milan Kundera. Seguro que las ideas salen más ponderadas, más brillantes y dulces. O morder una manzana en una reunión complicada, y saber que tienes tiempo, el de masticar y tragar, para preparar la discordia. O comer un helado, y parecer un niño mientras se discute como un hombre.
Le doy vueltas a la cuestión. Nos peleamos por lo que decimos, por lo que oímos, por lo que vemos, a veces por lo que olemos. Pero el gusto une, incluso en la discrepancia. Claro que por el hambre se sufre o se puede llegar a matar, pero esa es otra historia. http://factorialossanchez.blogspot.com