Continuo con la recuperación de los post sobre los sentidos. Este iba de tactos.
Alaska, 10 de mayo de 2009,
Este ejercicio sobre los sentidos me está dejando literalmente sin palabras. Es lógico, el cuerpo va a lo suyo, siente y se emociona casi sin permiso. Me obliga a un ejercicio de introspección al que no estoy acostumbrado; yo, pensándome en el trabajo. Supongo que la obra de arte total sería aquella que se pudiera a la vez ver, oír, oler, saborear y tocar. Han habido intentos, puros juegos de artificio. Lógico, esa performance ya está inventada: es la vida.
La piel. Una vez, en el despacho, vi como una madre calmaba a su crío que estaba en pleno ataque de histeria. Lo hizo de la única manera que podía hacerse. Un abrazo que era a la vez contención y era cariño. Lo tuvo apretado contra ella hasta que los aspavientos, la rabia, las patadas y las babas se acabaron. Quizás no era la mejor madre del mundo, pero demostró tener habilidades dificiles de aprender.En otra ocasión un padre y su hijo se abrazaron, a petición mía, en medio de una disputa, porque a veces intentando racionalizarlo todo acabas por inventarte razones que no existen. Aunque pensándolo bien, hay abrazos que están cargados de razones y de palabras mudas.
Yo, en lo público, soy poco sobón. En mi familia el amor ha sido cosa de palabra y gestos. Tengo la impresión de que la infancia se acaba cuando ya no quieres que tus padres te den la mano por la calle. De todas formas, me he reconciliado con ese defectillo mio. A falta de capacidad y soltura para tocar a la gente, lo he susbtituido por el simbolismo. Cuando alguien llora en una entrevista, por ejemplo, le tiendo los kleenex con suavidad y guardo un silencio cómplice. Es mi manera de empatizar. Yo creo que la mayoría agradece la sobriedad y calidez de ese gesto. También están los emails, que suelen acabar con abrazos o besos a gente con la que nunca te abrazarás ni te besarás, pero que hacen que las palabras rocen al interlocutor, sin tocarlo.
Con los años, sin embargo, he aprendido a apreciar a los que saben acompañar la conversación con un ligero apretón de su mano en tu antebrazo, que significa cercanía, o sobre tus hombros, que suele significar amistad o reconocimiento. Contactos sobrios y sinceros. Últimamente, hasta yo me atrevo a practicarlo con las personas de confianza, toda una proeza por mi parte. Ese contacto te hacer sentir bien y próximo. Sin pasarse. Porque hoy, con tanta exhibición pública de los sentimientos, tanta lágrima, tanto abrazo y toqueteo kumba, es un privilegio poder preservar tu espacio físico y tu intimidad. Dicho de otro modo, procuro evitar sin complejos lo que me produce incomodidad o no me sale espontáneamente.
Durante un día de trabajo, las manos tocan plásticos que reconocen familiares; el teclado del ordenador, algún boli, la grapadora. Formas conocidas. Tocan folios y el rígido cartón de los expedientes. Pero es sobre todo cuando tocan a otro ser humano cuando el tacto se sorprende, se excita o se emociona. Es la vida lo que está tocando. Miles de terminaciones nerviosas llevan el mensaje al cerebro y este último sabe que no es sólo una cuestión de texturas, sino de significados. Porque el tacto, sin significado, es pura mecánica.
Pintura: Anwen Keeling
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